Por Paulino Arguijo de Estremera

Ubicada en medio de un parque, a la trasera del Hospital Clínico de San Carlos, está la ermita, conocida como la Virgen Blanca, que da nombre a este mismo parque. A él puede accederse desde la Plaza de la Moncloa, siguiendo el camino que antiguamente seguía el tranvía que llevaba a la Ciudad Universitaria, hasta el Museo de América; rodeando luego el edificio por la izquierda, hasta una escalinata que da acceso a su espalda. O bien, desde la Plaza de Cristo Rey, por el paseo, entre la Fundación Jiménez Díaz y el Hospital Clínico San Carlos, a mano izquierda. Se pude llegar en metro por la línea 3 o la 6 hasta Moncloa, o bien por la línea 7 hasta Islas Filipinas. También los autobuses 1, 44 y Circular tienen parada próxima a la Moncloa y la Plaza de Cristo Rey.
La imagen es de piedra blanca, motivo por el cual es conocida como la Virgen Blanca, y se encuentra bajo un templete, del que se dice que su construcción fue costeada por los vecinos del barrio. Cuenta con una inscripción a sus pies que dice: “Virgen y Madre rogad + por nosotros + Amen”. En la parte inferior de la imagen tiene una lápida que se lee con dificultad con la siguiente inscripción:
“Inmaculada Concepción de la Ciudad Universitaria.”
“Esta imagen de la Virgen se veneraba en el Asilo de Santa Cristina sito en este santo lugar en el centro de la Ciudad Universitaria hasta 1936.”
“Tras las cruentas batallas desarrolladas en este lugar durante la guerra civil, las minas y las metrallas destruyeron el asilo y mutilaron la venerada imagen de la Virgen Inmaculada. El pueblo de Madrid la siguió rindiendo fervorosa veneración y culto. La Junta de la Ciudad Universitaria, en el año santo mariano de 1959, ha querido honrar a la Santísima Virgen en su venerada y mutilada imagen dedicándole este monumento.”
Conozco sin embargo ese parque y este monumento desde mi infancia, y existía ya antes de 1959. Creo recordar que había otra lápida, que ha debido quedar oculta bajo la actual, donde los daños sufridos en su rostro desfigurado, así como en sus manos y sus pies, se atribuían a los disparos de los soldados republicanos durante la contienda. El Asilo de Santa Cristina, según dice la lápida, debió estar ubicado en este mismo lugar, edificado a propuesta del entonces ministro de la Gobernación, y después alcalde de Madrid, Alberto Aguilera. Los arquitectos Belmás y Mathet diseñaron su construcción.
El Asilo quedó a cargo de las Hermanitas de la Caridad que, en sus momentos de máxima afluencia, durante la primera década del siglo pasado, llegaron a atender una media de setecientos pobres diarios. En 1927 se proyectó la Ciudad Universitaria, levantándose las primeras facultades en un lugar próximo. Durante la batalla que se desarrolló en el frente de Madrid, al estallar la contienda, las minas y la metralla destruyeron el Asilo casi por completo. Y, al finalizar la guerra, en 1939, a la vista del lamentable estado en que había quedado, se decidió dinamitar sus ruinas y desescombrar la zona, plantando este parque y ubicando en su centro la ermita.
Una leyenda dice que, durante la batalla de la Ciudad Universitaria, una de las monjitas, que se encontraba orando en la capilla delante de la imagen creyó que le advertía de un inminente peligro. Lo comunicó a las demás hermanas y abandonaron precipitadamente el lugar. Instantes después cayó un obús sobre el Asilo. La imagen de la Virgen fue una de las pocas cosas que se salvaron del incesante bombardeo. Algunos soldados del bando nacional la recogieron y la ocultaron en una de las trincheras, donde, acabada la guerra, fue hallada por unos niños.
A pesar de los daños que desfiguran su rostro, y presentar también las señales del tiempo, la imagen no carece de gracia y de belleza. El parque donde está ubicada se encuentra en un lugar privilegiado, entre la Fundación Jiménez Díaz, el Hospital Clínico San Carlos, el Museo de América y las Facultades de Farmacia y Medicina. En otro tiempo, cuando el lugar fue escenario de mis juegos infantiles, era también uno de los parques mejor cuidados de la capital. Sus zonas ajardinadas estaban concurridas de niños a los que llevaban sus madres a diario. Nada que ver con el paisaje desolado que ofrece hoy a la vista. El abandono en que ha quedado se nota en la falta de riego que ha acabado por secar sus prados y flores. Hasta no hace mucho ni siquiera el Ayuntamiento se había ocupado de desbrozarlo. Los niños que antes lo alegraban con su bullicio han dejado paso a bandas de desaprensivos que dejan allí sus desechos después de una noche de botellón, cuando no vagabundos que han instalado allí su casa.
A pesar de todo, la mayor parte de su arbolado sigue en pie, y es uno de los rincones que mayor atractivo puede ofrecer todavía a quienes deseen retirarse lejos del tráfico urbano. Además, la ermita puede visitarse a cualquier hora del día y de la noche. No faltan quienes aún siguen yendo a rezar allí y adornar la imagen con ramos de flores. Suelo pasear por allí con alguna frecuencia. Para mí tiene el aliciente de evocar uno de los recuerdos más entrañables que conservo de la infancia. Es sin embargo uno de los parques menos conocidos por los madrileños y uno también de los que han quedado en mayor abandono.
