
Ya se ve que la segunda acepción de este calificativo puede derivar en un defecto que se atribuye más bien a ellos, los políticos, pero también puede atribuirse a algunos que viven de cara a la galería y tienen la responsabilidad de dirigir una institución cualquiera: hay por desgracia quienes necesitan votos, apoyos, …; en el fondo necesitan no decir toda la verdad para no molestar y congratularse con los gustos de la mayoría aunque sea por el nivel más bajo.
Y lo peor en estos casos, a mi entender, es el lavado de cerebro en los oyentes que este lenguaje ocasiona por el desconocimiento de la realidad que esto conlleva, pues quienes tienen que pregonarla, la ocultan.
Hemos conocido en el siglo pasado cómo los colectivismos más perniciosos, sea marxismo o nacional-socialismo, los promovieron sólo unos pocos líderes que engatusaron a multitudes: primero con medias verdades y la propaganda, después con la fuerza y la privación de libertad hasta llegar a aberraciones, asesinatos en masa, guerras,… ¿Cómo fue esto posible? Pienso que al comienzo de estas situaciones faltó (entre otras cosas, claro) el contrapunto a la presión de los medios: la conversación directa, clara y amigable de la gente normal, la mayoría, que con un poco de valentía manifestara su oposición, cuando menos, a lo que es contrario a su conciencia.
Cada vez veo más necesario que la gente de la calle, nosotros, tengamos un espíritu crítico, no como ocasión de enfrentamiento, sino como ocasión de compartir distintos puntos de vista. Afortunadamente, pienso que con respecto al siglo pasado, sí que hemos ganado en este aspecto a pesar de la presión de los medios de comunicación a que nos vemos sometidos.
