Un experto en las Leyes de Indias: «Isabel la Católica está a la altura de Martin Luther King»

Por su interés publicamos este artículo de Alfredo Valenzuela (EFE):

Según el investigador Henche, «es absolutamente falso la idea de que las Leyes de Indias no se aplican»

El abogado, investigador y autor de ‘Las Leyes de Indias’, Julio Henche

«Isabel la Católica debería tener la misma consideración que tienen (Martin) Luther King o Kennedy», por su defensa de los indios, según Julio Henche, autor de Las Leyes de Indias (Gadir), un estudio de las 6.300 normas que en tres siglos promulgó España, muchas en defensa de los indios y claros precedentes de los Derechos Humanos.

«Desde el primer momento, españoles y españolas se pudieron casar con indias y con indios, de ahí que surgiera un mestizaje que nunca ha habido en Argelia ni en Pakistán ni en Indonesia, donde franceses e ingleses no permitieron un matrimonio que en Sudáfrica no fue legal hasta 1985 y en 16 estados de Estados Unidos no se permitió hasta 1967», ha puesto como ejemplo Henche de la eficacia de las denominadas Leyes de Indias.

Sobre que la huella de España en América siga suscitando polémicas como la reciente de México por no invitar a Felipe VI a la investidura de la nueva presidenta, Claudia Sheinbaum, Henche ha contestado lacónico: «Los problemas de México vienen de hace cincuenta o cien años, no quinientos; y la mayoría se deben a sus vecinos del norte, de los que no dicen nada».

Cinco años ha dedicado Henche, abogado en ejercicio e investigador, al estudio de fondos documentales como los del Archivo de Indias de Sevilla para concluir que «es absolutamente falso la idea de que las Leyes de Indias no se aplicaban: se aplican tanto o más que se aplican ahora las leyes actuales. Ahora también existe explotación laboral, trata de blancas y narcotráfico porque, aunque haya leyes, el delito no se para nunca».

Inspecciones de trabajo y de condiciones de vida

Isabel la Católica trajo encadenado a Colón por maltratar a los indios y Gonzalo Pizarro, hermano de Francisco de Pizarro, fue ejecutado por incumplir las leyes de Indias, con las que se juzgaron a varios virreyes de Colombia y a Hernán Cortés, entre muchos otros, según ha enumerado Henche para recordar la figura del Visitador de Indias.

El Visitador de Indias «es una figura que solo existió allí y, por encargo directo del rey, se encargaba de supervisar el trato que se le daba a los indios, el 99 por ciento de los cuales siguió viviendo igual tras la expansión», dice Henche, que rehúye el término «conquista» por inexacto al considerar que hubo mucho más que actividad militar.

El Visitador de Indias inspeccionaba las denominadas encomiendas, explotaciones agrícolas, mineras o de pesquería, en muchas de las cuales se trabajaba con jornadas laborales de ocho horas, como establecían las Leyes de Burgos (1512), promulgadas bajo Fernando el Católico.

En la cubierta de esta edición de «Las Leyes de Indias» se incluye una de Felipe II de 1593 que dice: «Todos los obreros trabajarán ocho horas al día, cuatro a la mañana y cuatro a la tarde, (…) Repartidas a los tiempos más convenientes para librarse del rigor del sol, más o menos lo que a los ingenieros pareciere, de forma que no faltando un punto de lo posible, también se atienda a procurar su salud y conservación».

Trabajar ocho horas al día

Henche ha insistido en que las ocho horas como jornada laboral ya estaban previstas en las anteriores Leyes de Burgos, que se consideran un precedente de los Derechos Humanos y que para el autor, desde el punto de vista jurídico, suponen «el inicio de la Edad Moderna porque ya se legisla no pensando en el propio reino sino con amplitud de miras».

A partir de esas leyes, que incluyen los derechos al salario, al descanso y, entre otros, a la vivienda, se inicia el debate sobre si todas las personas al nacer son ya poseedoras de derechos.

Henche ha lamentado que mientras se dedican incontables estudios a Constituciones que no entraron en vigor o lo hicieron unos pocos años, apenas se estudien las Leyes de Indias que estuvieron vigentes tres siglos como un ordenamiento «eficaz y efectivo»: «En el Archivo de Indias hay millones de documentos que no salen a la luz porque las universidades no los estudian, mientras calan en la cultura popular mitos que nada tienen que ver con la historia».

Los “buenos” confundidos

Por razones que no son del caso, estos días he tenido ocasión de contactar con algunas instituciones e iniciativas dentro de la Iglesia católica, como la catequesis parroquial, Hogares de Santa María, la Institución Teresina, la Asociación más Futuro (masfuturo.live) de apoyo a las madres en peligro de abortar, además del Opus Dei al que pertenezco. Está claro que es un botón de muestra, pues mi alcance es muy limitado, pero en todas ellas veo la alegría de servir a Dios y a los demás, cada una con su forma de obrar, y todas con la idea de hacer su trabajo sin celotipias, sin importar quien es mejor o peor, pues todos tenemos nuestros defectos y virtudes.

Entiendo que haya personas, a mala idea, que critiquen estas iniciativas y les fastidie, pues su intención no es la de servir precisamente. Pero que haya “buenas” personas que las critiquen igualmente alimentando la confusión que siembran estos primeros, esto ya me es más difícil de entender. Es el caso, por ejemplo, de aquéllos que ven algo oscuro en instituciones, sólo porque se habla mal de ellas. Deberíamos fijarnos más en los frutos de las distintas asociaciones, y no tanto en las críticas, al menos yendo a las fuentes para contrastar.

Así, en el libro Opus, de Gareth Gore, publicado por Editorial Crítica en octubre de 2024 se presenta una imagen falsa del Opus Dei basada en hechos distorsionados y medias verdades como se muestra en el artículo Sobre el libro Opus de Gareth Gore, publicado por Editorial Crítica en octubre de 2024 – Opus Dei. Aconsejo leer este artículo para, al menos, tener distintos puntos de vista.

Y, ¿Cuáles son los frutos del Opus Dei?, podríamos preguntarnos. Creo que son muchos miles de hombres y mujeres -¡familias!- que tratan de ser buenos ciudadanos, que trabajan y ayudan a sus amigos sin hacerse notar, que organizan y promueven obras asistenciales, colegios con buena formación…, siendo responsables los que los promueven, no el Opus Dei como tal, cuya misión es la formación en libertad de sus miembros según su carisma.

A este respecto, si se me permite la comparación de la estructura de la Iglesia con la de un estado moderno, cosa temeraria pero bueno, pienso que las parroquias son como los ayuntamientos, pieza fundamental y casa común de todos los cristianos; después y a la vez estarían otras instituciones de la Iglesia, cada una con su misión particular y todas cooperando al mismo fin, del mismo modo que en el Estado hay asociaciones, ONGs, partidos de diverso tipo, etc. No hablo aquí de las familias, que en ambos ámbitos es la célula básica de la sociedad.

Telediarios aburridos

Otra vez sin escribir un blog desde hace tiempo, vamos a intentarlo con los medios de comunicación, por si alguien se aburre…

Pues sí, no estoy de acuerdo con lo que nos hacen creer los medios habituales de comunicación: nos marean con lo que es políticamente correcto, y no hay prácticamente ningún presentador de un telediario en las cadenas de renombre que tenga la cara de decir lo que realmente piensa, sólo lo que les dicen que digan, no vaya a ser que se me vea el plumero…

Si se trata de las guerras -hay muchas- se nos ofrece la noticia escueta, sin entrevistas a personas con criterio – sean de un partido o de otro. Echamos en falta las opiniones de expertos en historia, diplomáticos, economistas, militares…

Si se trata de política, pocos se paran a descubrir las mentiras de unos y otros: a lo sumo atacando siempre a un partido en concreto y no a los oponentes, dependiendo claro de la tendencia del canal.

Si se trata del parlamento, por supuesto que lo correcto es la legislación en consonancia con la ideología woke: todo ser humano tiene derecho a hacer lo que quiera con su cuerpo, incluso con el niño que lleva dentro, elección libre de sexo, morir cunado uno quiera, …, pero fumar no, ¡mucho cuidado! Eso sí, con los deportes, el tiempo, los sucesos, todo lo que haga falta para adormecer el personal y tenerle bien cogido con infinidad de anuncios.

Habría que publicitar más a las asociaciones culturales, las instituciones educativas (¡qué problema el de la educación de los jóvenes, que es el futuro de la sociedad!), las empresas, y dar espacio en las TV a todos los partidos políticos, entiendo que por igual, con independencia del numero de diputados, para que tengan igualdad de oportunidades en las próximas elecciones, y así se manifieste mejor los errores y aciertos de cada grupo.

Precisamente, hablando de igualdad de oportunidades, me horroriza la intención de nuestro Presidente de limitar la libertad de expresión (lo llama abuso de noticias falsas, de basura o algo similar) en defensa de las instituciones: creo que confunde las instituciones con su partido, pero bueno.

J.D. Vance: La hora de “los de abajo”

Por su interés, reproducimos este artículo de Luis Luque en Aceprensa:

¿Sabe Ud. quién es J.D. Vance? La prensa está hablando de él con cada vez mayor frecuencia desde el 15 de julio, pero si todavía no ha escuchado nada, no se preocupe: la CNN preguntó en junio a los estadounidenses –este señor es de allí– y apenas el 56% lo conocía. Lo interesante es que, si los astros siguen alineándose como lo vienen haciendo en estos días para el Partido Republicano, el nombre será trendig topic hasta 2028 y más allá.

Vance, senador por Ohio, ha sido elegido por Donald Trump como compañero de fórmula de cara a los comicios de noviembre próximo. Será su candidato a la vicepresidencia, pese a que, de partida, no tenía demasiadas papeletas ganadoras. Para empezar, haber escrito en 2016 que Trump era el “Hitler de EE.UU.”, el “opioide de las masas” –evocación de aquel opio del pueblo, de Marx– y un político incapaz de solventar la crisis social y cultural de la nación al término de ocho años de administración demócrata, le hubiera hecho desaparecer de la lista de aspirantes de cualquier otro presidenciable.

Claro que Trump no es “cualquier otro” y no juega con las cartas esperables. Ha escogido a Vance –previo mea culpa de este por los comentarios del pasado– pese a la presión contraria de grandes empresarios y donantes republicanos, como Rupert Murdoch (presidente emérito de Fox Co.) y Ken Griffin (dueño mayoritario del fondo de inversión Citadel). Algunas voces le sugerían que escogiera al senador Marco Rubio, pero al expresidente le había desagradado la deslealtad del cubanoamericano hacia su propio mentor, Jeb Bush, exgobernador de Florida, en la campaña de 2016. Sí hizo caso, en cambio, a las voces favorables a Vance, como Peter Thiel (fundador de PayPal) y Elon Musk (Space X, Tesla, X), quien dijo de ambos que harían una “hermosa” pareja.

El senador de Ohio fue un temprano apoyo para Trump cuando este anunció en 2022 que se postularía a la candidatura republicana a la Casa Blanca. El expresidente también le había dado su respaldo a Vance en febrero de 2021, cuando el joven político lo visitó en Mar-a-Lago para disculparse por haber creído “las mentiras de la prensa” y para pedirle que le permitiera hacer campaña para obtener la nominación republicana y luchar por uno de los dos puestos de ese estado en el Senado de EE.UU., en las elecciones parciales de noviembre de 2022.

El escaño lo ganó, y la relación no hizo sino mejorar con el tiempo y cristalizar finalmente en la actual candidatura y en elogios públicos al escogido. “Parece un joven Abraham Lincoln”, ha dicho Trump de él, y eso, a unos votantes tan entregados a su líder que han llegado incluso a vendarse una oreja para imitarlo, les vale como certificado de calidad del potencial vice.

Menos intervencionista que Trump

¿A qué aspira Trump con la elección de Vance? Por supuesto, no a una carrera personal (la suya) de largo recorrido. Tanto por edad como porque, de ganar en noviembre, el exmandatario no podría estar en la Casa Blanca más que un solo período de cuatro años, muchos apuntan a que el interés trasciende la mera victoria.

Primeramente, sí: Vance puede ser un activo para atraer el voto en antiguas zonas industriales que han salido perdiendo con la globalización y con los consecuentes traslados de las fábricas a países que resultan más competitivos por los menores costos de su mano de obra. La leyenda urbana de que Trump tiene férreamente asegurado el voto de los hombres blancos, heteros y blue collar demostró ser exactamente eso en 2020, una leyenda, cuando perdió seguidores en ese segmento poblacional en estados del “Cinturón del Óxido” como Pennsylvania, Michigan y Wisconsin. Vance, uno de “los de abajo”, de esos “despreciables” sobre los que escribió en Hillbilly Elegy: A Memoir of a Family and Culture in Crisis (Harper Collins, 2016) –Hillbilly Elegy: Memorias de una familia y de una cultura en crisis–, puede animarlos con más autoridad a volver a aquel en quien confiaron en 2016.

Que Vance haya servido en el ejército durante la guerra de Irak puede, de alguna manera, ayudar a entender su aversión “por los enredos innecesarios en el extranjero”

Pero la cosa también va de legado; de reconfigurar el conservadurismo estadounidense y a la sociedad de modo duradero. En política exterior, por ejemplo, Trump ha estado dejando una impronta tal en el Partido Republicano que si Ronald Reagan levantara la cabeza pediría inmediatamente un orfidal y un vaso de agua. El Grand Old Party, cuyos líderes ordenaron en su momento bombardear los palacios de Gadafi y de Sadam, derrocar a un dictador panameño, llenar Europa occidental de misiles crucero, apoyar a las fuerzas antisoviéticas dondequiera que Moscú asomara la nariz, etc., etc., rebajó durante la era Trump la autoimpuesta misión de EE.UU. como “policía del mundo” y “nación imprescindible”, para centrarse en metas domésticas, como poner coto a la inmigración ilegal, incentivar la vuelta a casa de las empresas externalizadas y combatir la competencia comercial china (y europea) a golpe de altos aranceles, entre otras.

Por su biografía, por haber crecido en zonas otrora prósperas y hoy relegadas por esa excesiva proyección exterior del capital y de la política, Vance simpatiza, respecto a los países aliados, con la idea de Trump de que cada palo debe aguantar su vela. En abril, pese a que el enemigo principal de Washington en este momento –la Rusia de Putin– está desgarrando un país vecino desde 2022 y amenazando a la Alianza Atlántica, ni Vance ni otros en su partido vieron motivo para aprobar un multimillonario paquete de ayuda militar a Ucrania (ni, por otras causas, a Israel). Finalmente salió adelante por 79 a 18, pero de los republicanos, 30 votaron Sí y 15 lo rechazaron, incluido el hoy candidato a vice.

Que nuestro hombre haya paladeado la guerra in situ (estuvo destacado en Irak) puede, de alguna manera, ayudar a entender su decisión. Como explica Owen Tucker-Smith en el Wall Street Journal, “Vance se unió a la Infantería de Marina después de la escuela secundaria, y ha dicho que la experiencia le hizo sentir aversión por los enredos innecesarios en el extranjero”. A tal extremo ha llegado en su oposición que, según el analista, “Trump no ha sido tan agresivo en el tema como Vance”.

Para el joven político, el intervencionismo republicano de antaño no tiene nada que decirles a los norteamericanos de hoy: “Creo que Reagan fue un gran presidente. Reagan también fue presidente hace 40 años, hace 45 años, en un país muy diferente”. Si alguien cree que, de ganar Trump, esa postura aislacionista terminará en cuanto se marche en 2029, su hipotético relevo puede terminar más bien reforzándola.

Un Estado en pro del bien común

Pero hay algo más en lo que puede incidir Vance ahora que asciende en el Partido Republicano, y es en la relación del poder político con las élites y con las bases populares. Es en el acortamiento de la distancia entre la gente de a pie y el establishment conservador de Washington, para el que el libre mercado y el “cuanto menos Estado, mejor” han sido tradicionalmente tótems intocables, con independencia de que millones de personas puedan quedar tiradas al borde del camino.

Vance ha abrazado un nuevo tipo de conservadurismo, uno de etiqueta “posliberal”, que entiende que el haz-lo-que-quieras del liberalismo a ultranza ha sembrado paradójicamente las semillas de la destrucción del propio régimen democrático liberal.

Entre los teóricos a quienes admira y sigue está Patrick Deneen, profesor de Ciencia Política en la Universidad de Notre Dame y autor del libro Por qué fracasó el liberalismo (2018). El pensador perfila los problemas que causa esa progresiva emancipación del individuo respecto de todo límite y moderación, esa libertad entendida al modo en que lo hace el liberalismo, que pasa por sustituir la visión del ser humano como criatura relacional por la de un individuo libre de vínculos, que persigue, más que la autorrealización a través de la virtud, el objetivo supremo de satisfacer sus propios deseos. Para ello, para lograr más y más autonomía, el individuo tiene que romper con las costumbres, tradiciones y relaciones que perviven en las familias, las Iglesias, el barrio, la comunidad…

El desarrollo de un espectro de libertades cada vez más ensanchado y, al mismo tiempo, uno más estrecho en cuanto a normas y límites es, según esta visión, incompatible con el orden y, en lo económico, un imposible, pues un mundo materialmente limitado “no puede proporcionar continuamente un crecimiento material infinito”. Para Deneen, “se necesita un paradigma diferente, uno que conecte íntimamente el cultivo de la autolimitación y el autogobierno entre las asociaciones y comunidades constitutivas con una ética general de ahorro, frugalidad, trabajo duro, administración y cuidado”.

Vance, que se identifica a sí mismo como miembro de la derecha posliberal, ha tomado nota de esta perspectiva y ha reconocido la enorme influencia intelectual que le ha supuesto el pensamiento de Deneen, por eso no le hace ascos a la palabra regulación si entiende que una medida, provenga del ala del hemiciclo que provenga, puede favorecer a aquellos que no pertenecen a las élites económicas (a fin de cuentas, ¡él mismo ha sido de ellos!) y promover un ética del cuidado.

Es así que en 2023 impulsó, con la senadora demócrata Elizabeth Warren (de la izquierda más identitaria y woke posible), una iniciativa para recuperar las compensaciones de los ejecutivos de los bancos en quiebra. También ha propuesto elevar el salario mínimo a 20 dólares la hora y ha elogiado incluso el desempeño de la presidenta de la Comisión Federal de Comercio, Lina Khan (demócrata), en la aplicación de leyes antimonopolio para poner coto a las Big Tech

Sí: Vance es republicano, pero que el Estado pueda mover ficha en pro del bien común –y que las tropas se queden tranquilitas en casa– no le hace echar espumarajos por la boca. Con 39 años, le sobra tiempo para hacérselo creer al partido.

Más allá del tema del aborto, más allá…El candidato republicano a la vicepresidencia es, además, un hombre creyente, que se bautizó como católico en 2019. Según confesó Vance al escritor Rob Dreher en The American Conservative, fue su acercamiento a la obra de san Agustín lo que le ayudó a cambiar el chip: si antes creía que “había que ser estúpido” para ser cristiano, el santo de Hipona le demostró “de una manera conmovedora, que eso no es verdad”.Respecto a su fe, dice esperar que esta lo haga más compasivo y empático. En tal sentido, dice guiarse por las enseñanzas de la doctrina social católica y apunta: “El Partido Republicano ha sido durante demasiado tiempo una alianza entre conservadores sociales y libertarios de mercado, y no creo que los conservadores sociales se hayan beneficiado demasiado de esa alianza. Parte del desafío del conservadurismo social para su viabilidad en el siglo XXI es que no puede limitarse a cuestiones como el aborto, sino que tiene que tener una visión más amplia de la economía política y el bien común”.Sobre el punto del aborto cabe decir, no obstante, que el político ha modificado su postura original a favor de una prohibición a nivel nacional por otra, más en sintonía con Trump, que aboga por dejar el asunto en manos de los estados. Igualmente, preguntado sobre el acceso a la mifepristona –una de las dos píldoras que, junto con el misoprostol, intervienen en el aborto químico– dijo recientemente que apoyaba el acceso a esta, una postura que, según señalan líderes de opinión de medios católicos estadounidenses, no encaja claramente con la fe que profesa. L.L.

Las Olimpiadas manipuladas, “on en est marre”

Sí, estamos hartos de tanta manipulación de los espectáculos por los que quieren controlar la opinión de la gente de a pie: Se utiliza el poder de las grandes organizaciones, bien apoyados por los medios de comunicación, para dar por sentado que “ésta” (la ideología Woke, los derechos LGBT, …) es la forma correcta de pensar. Son campañas que mueven mucho dinero, y proporcionan a veces grandes beneficios a las TV y productoras, que nos aburren con la publicidad.

Estas ideologías se basan en la bondad de parte de sus principios (justicia social, antirracismo, igualdad de derechos de mujeres y hombres, …), no porque estos principios sean buenos en sí, sino porque si no piensas así no eres bueno ni democrático. Así las cosas, todo correcto, de acuerdo. Pero sigamos. Acabo de ver in internet un posible significado de ser woke:

“.., being woke is about empathy, awareness, and working toward a fairer society”,

Magnifico. Y, ¿qué pasa si digo que elegir el sexo no está en nuestra naturaleza, o que el aborto voluntario supone quitar la vida a un ser indefenso? La respuesta no se haría esperar, eres un facha que vas en contra de los derechos de las personas…

¿Qué ha pasado? Pues que a base de repetirnos los media estos insultos, se acaba pensando que estos otros supuestos derechos forman parte del buen obrar (la ideología woke, por supuesto), y si no piensas así no eres buena persona. Esta es la manipulación: si no aceptas también estos otros principios, no eres democrático, ni tienes ningún derecho a formar parte de la sociedad, como se pretende con los partidos políticos que discrepan de esta ideología dominante.

Afortunadamente pienso que en el caso de las ceremonias que hemos visto en la inauguración de los Juegos Olímpicos de París, muchas personas han visto la zafiedad de algunas escenas, cuyo mal gusto queda patente hasta para sus propios organizadores.

No, el desprecio y la burla a las religiones no forma parte de los derechos de las personas, por mucho que nos digan que no es burla, sino arte, inclusismo y libertad de pensamiento.

Sobre la justicia social

Transcribo este artículo de Fernando del Pino Calvo-Sotelo que personalmente me ha parecido de interés:

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La artificial controversia generada por la sobrerreacción del gobierno a unas palabras del presidente de Argentina ha opacado su mensaje de firme defensa de la libertad y desacomplejada crítica del socialismo, un soplo de aire fresco y un verdadero shock para nuestra inculta clase política.

Uno de los debates suscitados por el argentino ha girado alrededor de sus críticas a la justicia social. Algunos se han escandalizado, pero antes de criticarle o aplaudirle convendría definir qué es la justicia social, y aquí nos topamos con un serio obstáculo. En efecto, aunque el concepto clásico de justicia quedó definido por Ulpiano (y luego por Santo Tomás de Aquino) como «dar a cada uno lo que le corresponde», la justicia «social» nunca ha sido claramente definida, como censuraba Hayek. Por este motivo, sólo podemos analizarla por aproximación.

La justicia social como igualitarismo

La justicia social está muy relacionada con el igualitarismo, una ideología muy reciente. En efecto, la sociedad actual, dominada por la propaganda y la adulación de las masas consustanciales al sufragio universal, ha olvidado que la igualdad del hombre se circunscribe a su inalienable dignidad como ser humano y a la deseable igualdad de todos ante la ley. Toda igualdad que trascienda estos dos conceptos suele ir contra el orden natural de las cosas y ser injusta: prueba de ello es que debe ser impuesta por la fuerza.

En efecto, Dios no repartió sus talentos por igual, ni los atributos físicos, ni la salud, ni la inteligencia, ni la virtud, y los resultados diferentes que proceden de talentos diferentes sólo pueden ser calificados de justos. Es justo que el estudiante que dedique muchas horas al estudio saque mejor nota que uno que no lo hace, o que el estudiante inteligente y con mayor capacidad de concentración necesite menos horas que el que es menos dotado o adolece de atención dispersa. También resulta justo que el adulto trabajador y frugal obtenga unos resultados mejores que el zángano derrochador, o que el que arriesga su patrimonio para montar un negocio obtenga más recompensas económicas que el empleado, el directivo o el funcionario que valora la seguridad en el empleo y una jornada laboral corta.

También es justo que el Real Madrid haya ganado 14 (o 15) Copas de Europa y Novak Djokovic 24 Grand Slam, pero en el deporte, misteriosamente, nadie cuestiona la justicia del palmarés ni propone redistribuir los trofeos a otros equipos o jugadores, aunque la distribución de trofeos sea tan asimétrica como la de la riqueza (ley de Pareto).

Siendo un signo de los tiempos tener que explicar lo obvio, reitero que las diferencias en capacidades físicas, intelectuales o morales, y las diferentes circunstancias de cada uno, pertenecen al orden natural de las cosas. Pero es que, además, dichas diferencias son enriquecedoras, pues alientan a las personas «a la magnanimidad, a la benevolencia y a la comunicación»[1], es decir, al servicio a los demás.

Naturalmente, en ciertas ocasiones la diferencia de resultados proviene de condiciones apriorísticas contrarias a la justicia, como veremos más adelante.

La justicia social como redistribución de la riqueza

Una concreción del igualitarismo es la corrección de la desigualdad económica mediante la redistribución de la riqueza, que se equipara a la justicia social e incluso a la justicia distributiva. Aquí tropezamos con varios escollos. Primero, tachar de injusta la desigualdad económica es algo que dista mucho de ser evidente[2]. Segundo, redistribuir la riqueza significa la redistribución coercitiva de la riqueza por parte del Estado, lo que implica una vulneración de la libertad y de la propiedad privada mediante el uso de la violencia, o sea, lo que antaño se denominaba robo.

Resulta patente que en las democracias actuales la redistribución de la riqueza tiene poco que ver con una actitud benéfica o virtuosa del Estado y mucho con la compra de votos por parte de los políticos, que empujan a las masas a la codicia de los bienes ajenos y a la envidia «de la que tan hábilmente abusan los agitadores de la lucha social»[3]. En este sentido, conviene constatar que el Estado de Bienestar no se ocupa primordialmente de los pobres o indigentes, una minoría cuyos votos cuentan poco, sino de la población en su conjunto, cuyos votos sí cuentan.

Por último, la redistribución coercitiva por parte del Estado ―bajo un disfraz altruista que oculta un espurio afán de poder― vulnera también los esenciales principios de solidaridad y de subsidiariedad, pilares básicos de un orden social justo y bueno.

El principio de solidaridad

El principio de solidaridad hace referencia al vínculo que nos une a los demás. El hombre no puede aislarse y encerrarse en sí mismo, pues ha nacido para la unión y la ayuda mutua. Nadie es una isla en medio del océano: todos caminamos juntos por la incierta travesía de la vida, necesitándonos mutuamente.

Esta dependencia mutua permite desarrollar la virtud de la caridad y de la generosidad y tiene la maravillosa característica de ser bidireccional, pues beneficia tanto al ayudado como al que ayuda (en palabras de Cristo, «hay más dicha en dar que en recibir»[4]). Sin embargo, por su propia naturaleza, la solidaridad está unida al don de la libertad. De este modo, cuando a través de unos impuestos que no son precisamente voluntarios el Estado suplanta al individuo y lo sustituye por una masa burocrática que no actúa bajo el impulso de la virtud sino como parte de un engranaje ciego e impersonal, la solidaridad queda destruida.

La acción redistributiva del Estado también produce un efecto de expulsión o de crowding out de la acción caritativa del individuo, pues quien ha pagado un 65% de su renta en todo tipo de impuestos directos e indirectos (porcentaje medio que paga el trabajador español cada año[5]) sentirá que ya ha ayudado suficiente a los demás.

El principio de subsidiariedad

La redistribución coercitiva de la riqueza por parte del Estado también vulnera el «gravísimo, inamovible e inmutable» principio de subsidiariedad[6], que establece que «una estructura social de orden superior no debe interferir en la vida interna de un grupo social de orden inferior, privándole de sus competencias». De ello se colige que no es legítimo que el Estado absorba y suplante al individuo o a la comunidad en aquellas actividades que éstos pueden llevar a cabo con su propio esfuerzo e industria.

Sin duda, toda sociedad civilizada tiene el deber de proteger a sus miembros más débiles (empezando por el nasciturus), pero el Estado no debe hacerlo con carácter universal (a todos los ciudadanos, lo necesiten o no), sino sólo a los más necesitados, y sólo con carácter suplente o subsidiario. Este matiz es crucial. Así, la actuación del Estado como ente protector debería reducirse a un papel limitado enfocado a aquellos a los que el individuo, la familia, la comunidad o la sociedad civil no alcancen a proteger con sus actos de solidaridad voluntaria.

Incluso cuando el Estado dota de una pensión a un individuo que podía haber ahorrado, vacía de contenido la virtud de la frugalidad, pero también de la generosidad y de la justicia, al obstaculizar que los hijos cuiden de sus padres mayores con reciprocidad: «Pan por pan, protección por protección, cuidado por cuidado, sacrificio por sacrificio»[7].

Desgraciadamente, la coartada de los servicios públicos ha permitido un crecimiento desorbitado y sin precedentes del tamaño del Estado. No debemos olvidar que lo que tomamos por normal dista mucho de serlo. En efecto, «la evidencia histórica indica que, desde la Antigüedad clásica hasta el siglo XX, la tributación directa regular en el mundo occidental (a diferencia de una emergencia) se consideraba ilegal excepto para los pueblos sometidos, hasta el extremo de que en la antigua Atenas los impuestos eran considerados un rasgo típico de la tiranía»[8].

Solidaridad y subsidiariedad están interrelacionadas. La subsidiaridad sin solidaridad corre el peligro de alimentar formas de individualismo egoísta que empobrecen a todos, comenzado por el propio sujeto, mientras que la solidaridad sin subsidiaridad puede degenerar fácilmente en ese asistencialismo tan dañino del Estado de Bienestar[9], generador de dependencias y servidumbres (que son su verdadero objetivo). Así, «al intervenir directamente y quitar responsabilidad a la sociedad, el Estado asistencial provoca la pérdida de energías humanas y el aumento exagerado de los aparatos públicos, dominados por lógicas burocráticas más que por la preocupación de servir a los usuarios, con enorme crecimiento de los gastos»[10]. Sin duda, la concentración de funciones y tareas en el Estado «es la gran tara de nuestro tiempo»[11].

Finalmente, dar por sentado que la distribución espontánea de la renta es, por defecto, un error, un mal y una injusticia que el Estado debe corregir, contiene un mensaje subliminal enormemente destructivo, esto es, que todo aquello que no nos satisface, todo deseo insatisfecho, es un derecho conculcado, una injusticia de la que otros son culpables. Culpar automáticamente de nuestros males a otros es una cómoda tentación que nos aleja de la verdad, y pretender que tenemos derechos que pasan por violar los de los demás nos conduce a la barbarie.

La justicia social como bien común

Ni el igualitarismo ni la redistribución coercitiva de la riqueza por parte del Estado parecen responder a la definición clásica de justicia. Sin embargo, existe una equivalencia que, con todas sus limitaciones ―pues cae también en la indefinición del concepto― propone relacionar la justicia social con el bien común, y ésta merece una opinión mucho más positiva.

El bien común no significa comunidad de bienes ni colectivismo, como equivocadamente se cree, sino el «conjunto de condiciones sociales que permiten a los ciudadanos el desarrollo expedito y pleno de su propia perfección»[12]. Cada ser humano es «una obra a realizar»[13], «una lámpara creada por Dios para brillar y dar luz al mundo»[14], y las condiciones ambientales idóneas que le facilitan esa tarea de construcción de sí mismo se denominan bien común. En otras palabras, el bien común es el conjunto de principios, valores, instituciones, normas y estructuras que facilitan que cada individuo pueda realizarse plenamente y hacer florecer sus talentos, que no sólo le beneficiarán a él, sino también a los demás. Naturalmente, esto sólo podrá ocurrir si el individuo así lo elige libremente, es decir, si decide aceptar su papel en la Historia, minúsculo o enorme, pero siempre —y aquí reside la belleza de la individualidad— único e irrepetible.

Forma parte del bien común, en primer lugar, el respeto de los derechos y de la dignidad del ser humano partiendo del respeto a la vida desde la concepción hasta la muerte natural. No olvidemos que los derechos del ser humano son previos y están por encima de la existencia de cualquier Estado.

También es bien común la preservación de la paz, entendida no sólo como ausencia de guerra, sino como concordia entre los ciudadanos desde el respeto a las diferencias.

También forma parte del bien común la libertad en su sentido más amplio: libertad religiosa, libertad de opinión y de expresión, y libertad de mercado, puesto que el libre mercado es el instrumento más eficaz para colocar los recursos y responder eficazmente a las necesidades materiales de la sociedad[15]. En este sentido, como afirma el sacerdote y filósofo Martin Rhonheimer, un referente en ética económica, «la evidencia histórica es clara: durante los dos últimos siglos, la economía de libre mercado y la libertad de comercio han mejorado continuamente las condiciones de vida de todos los niveles sociales, siempre y en todas partes. Por el contrario, todo tipo de intervencionismo estatal, todo tipo de planificación económica y todo tipo de socialismo han deteriorado las condiciones de vida y el bienestar de todos los niveles sociales, siempre y en todas partes»[16].

Asimismo, forma parte del bien común la existencia y preservación de un marco jurídico estable y justo, de un Estado de Derecho sostenido sobre el imperio de la ley que obligue por igual a gobernantes y gobernados y que defienda el derecho natural a la propiedad privada, «que tiene un valor permanente»[17] y sin la cual no puede haber libertad ni progreso económico, no en balde los fenómenos de pobreza suelen estar ligados a los obstáculos a la misma[18].

La primera institución que conforma el bien común es la familia, formada por un padre y por una madre, en la que los hijos puedan crecer en un ambiente de amor, seguridad y estabilidad. Una sociedad que busque el bien común hará lo imposible por proteger a la familia. Un Estado que quiera dominar a sus súbditos hará lo posible por destruirla, pues se interpone entre él y el individuo.

El acceso a una educación independientemente de las condiciones económicas de la persona forma también parte integrante del bien común. Esto no implica que sea el Estado el que provea este servicio, realizado con mayor calidad y menor adoctrinamiento por el sector privado, sino que lo financie de modo subsidiario, es decir, sólo en aquellos casos en que la familia, la comunidad o la sociedad civil no alcancen a hacerlo. La educación tampoco debería ser un derecho independiente del resultado académico, sino dependiente del esfuerzo y del mérito. Obviamente, el bien común engloba también el acceso a unos servicios de salud básicos, de nuevo desde el respeto al principio de subsidiariedad.

Por último, debe subrayarse que el bien común también está conformado por una sociedad que fomente la virtud, la verdad, la responsabilidad, el compromiso y el sacrificio.

La ausencia del bien común genera pobreza material, pero también humana, pues tapona y obstaculiza el crecimiento y la fecundidad de la persona. Ésta no sólo tendrá dificultades para realizarse completamente, sino que no podrá comunicar sus talentos a los demás en el grado en que podría haberlo hecho de contar con un ambiente más propicio. El bien común, por tanto, es la tierra buena y la lluvia generosa que permiten que los individuos puedan florecer y dar el fruto que cada uno está llamado a dar, con sus diferentes características individuales, talentos y circunstancias.

Pobreza voluntaria e involuntaria

Si no se fomenta el bien común, se da una pobreza remediable y, por tanto, injusta. Pero existe también una pobreza irremediable que tiene que ver con la incertidumbre de la vida, con la falibilidad del ser humano y, sobre todo, con su naturaleza caída, pues la carencia de virtudes individuales convierte frecuentemente la pobreza en pobreza voluntaria.

«Manos perezosas generan pobreza; brazos diligentes, riqueza», escribió el sabio en el s. IV a. C[19]. Esta afirmación, hoy casi revolucionaria, habría sorprendido a pocos antes del advenimiento del igualitarismo en el s. XX. En efecto, la condición necesaria (pero no suficiente) de la prosperidad económica de los pueblos son las cualidades personales de sus miembros, esa constelación de virtudes al margen de las cuales «ningún sistema o estructura social puede resolver, como por arte de magia, el problema de la pobreza: laboriosidad, competencia, orden, honestidad, iniciativa, frugalidad, ahorro, espíritu de servicio; cumplimiento de la palabra empeñada, audacia; en suma, amor al trabajo bien hecho»[20]. Estas virtudes conforman la cultura de una sociedad y determinan en gran medida su nivel de progreso económico, que varía de región en región y de país en país, con resultados fácilmente constatables.

Por consiguiente, la pobreza relativa no puede ser calificada por regla general de injusta en una sociedad que respeta el bien común. Quizá por ello, el filósofo Julián Marías ―uno de los observadores más lúcidos de la realidad española del s. XX― disociaba pobreza de injusticia: «La pobreza puede coexistir con un estado satisfactorio de justicia, mientras que su eliminación puede dejar intactas muchas injusticias o incluso producirlas». Marías tildaba la justicia social de «falacia» y describía con humor una sociedad igualitarista como «una granja avícola bien administrada»[21].

¿Qué es injusticia social?

Dado que el difuso concepto de justicia social se identifica con demasiada frecuencia con el igualitarismo o la redistribución coercitiva de la riqueza por parte del Estado, contrarios ambos al bien común, podemos redefinir la injusticia social a la luz de éste.

Es injusticia social el ataque a la familia mediante el divorcio exprés o la perversa ideología de género, el aborto y la eutanasia.

Es injusticia social la persecución de la libertad de opinión, de expresión y religiosa, en particular, del cristianismo.

Es injusticia social poner trabas al libre mercado y al libre comercio.

Es injusticia social que se incentive vivir sin trabajar fomentando la holgazanería mediante paguitas y subsidios con cuantías parecidas a las de un salario.

Es injusticia social tener que pagar un nivel de impuestos abusivo que socava el derecho a la propiedad privada y sólo sirve para mantener un Estado elefantiásico que ocupa parcelas propias del individuo, de la familia y de la sociedad civil, apoyado en un «oneroso y opresivo sistema de control burocrático que esteriliza toda iniciativa y creatividad»[22].

Es injusticia social el grotesco número de regulaciones y normas liberticidas creadas por dicha burocracia, una verdadera dictadura legislativa que asfixia la actividad cotidiana de los ciudadanos y expone a éstos a todo tipo de sanciones injustas.

Es injusticia social que la tasa de desempleo medio en España desde 1978 hasta hoy haya sido del 17% (período que nuestra clase política denomina ridículamente el de mayor prosperidad de nuestra historia), y que hoy dos sueldos apenas puedan mantener una familia con dos hijos cuando una o dos generaciones atrás un sueldo bastaba para mantener una familia de cuatro hijos. La causa final está en el deterioro del bien común, el declive moral, el socialismo cultural y el Estado de Bienestar.

Es una injusticia social aberrante, en fin, que un gobierno se dedique constantemente a provocar la discordia y el enfrentamiento civil, a atizar el odio a quien piensa diferente y a dividir a la población para perpetuarse en el poder.

Podemos aspirar a una sociedad mejor.

[1] Catecismo de la Iglesia Católica n. 1937
[2] ¿Es la desigualdad económica injusta? (I) – Fernando del Pino Calvo-Sotelo (fpcs.es)
[3] Quadragesimo anno n. 137, Pio XI.
[4] Act. 20, 35
[5] El verdadero coste del Estado de Bienestar – Fernando del Pino Calvo-Sotelo (fpcs.es)
[6] Quadragesimo anno n. 79 (Pío XI) y Mater et Magistra n. 53 (Juan XXIII).
[7] Carta pastoral por la Cuaresma, 1976, Juan Pablo II.
[8] Propiedad y libertad, Richard Pipes, Turner 2002.
[9] Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia n. 351.
[10] Centesimus annus n. 48 Juan Pablo II.
[11] Solución Social, de Gustave Thibon, Aldaba, 1977
[12] Mater et Magistra n. 65; Catecismo de la Iglesia Católica n. 1906
[13] Centesimus Annus n. 39
[14] Vida y palabras de sabiduría de San Chárbel, de Hanna Skandar, Nueva Era, 2014.
[15] Centesimus Annus n. 34
[16] The Common Good of Constitutional Democracy, M. Rhonheimer 2013, p. 480.
[17] Mater et Magistra, n. 109, Juan XXIII
[18] Centesimus Annus n. 6
[19] Prov. 10,4
[20] Discurso con Ocasión del 350 Aniversario de la Publicación de Galileo, Juan Pablo II, 1983
[21] La justicia social y otras justicias, Julián Marías, Austral 1979.
[22] Centesimus annus n. 25

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La Universidad de Barcelona lanza una alerta sobre posible eugenesia en reproducción asistida

El Observatorio de Bioética y Derecho (OBD) de la Universidad de Barcelona ha lanzado una alerta sobre el posible uso de técnicas de selección genética de embriones, específicamente el cálculo de riesgo poligénico, que podría conducir a prácticas de eugenesia en la reproducción asistida. El OBD en un documento advierte sobre la creciente oferta de técnicas reproductivas y la selección genética de embriones podrían derivar en prácticas eugenésicas, lo que plantea serias preocupaciones éticas. “Existe un mercado de servicios en torno a la reproducción asistida que ofrece certezas donde no las hay. Este mercado favorece la eugenesia de forma encubierta, al jugar con las expectativas y las preocupaciones de personas y parejas”.

El informe destaca que la selección genética, si bien inicialmente destinada a evitar enfermedades graves, podría extenderse a la elección de características no médicas, como el sexo o atributos físicos.

Para mas información puede acceder al siguiente documento.

Europa se queda a la zaga de China y EE.UU. en innovación y competitividad

Reproducimos este interesante artículo en ACEPRENSA por VICENTE LOZANO:

Europa necesita avanzar con todas las consecuencias hacia la unión financiera, económica y empresarial porque la fragmentación actual y la burocracia amenazan con llevarla a la irrelevancia ante el empuje de Estados Unidos y China. Es la principal conclusión del informe sobre el futuro del mercado único elaborado por el ex primer ministro italiano Enrico Letta.

Pekín, abril de 2024. Se celebra el Salón Internacional del Automóvil en la capital de China. Es la feria más importante del país, y en ella las empresas automovilísticas chinas exponen sus últimos modelos con los más sofisticados adelantos. Y al Salón acuden fabricantes y distribuidores de todo el mundo. Allí se concentran compañías europeas, coreanas, japonesas, que acuden para ver qué proponen sus competidores chinos.

Pero hacen mucho más que observar. Porque en esta feria muchos culminan la firma de acuerdos con empresas tecnológicas para incorporar en sus modelos lo último que han inventado los chinos en prestaciones para sus vehículos.

China ya no se limita a copiar

Así, Toyota anunció un acuerdo con Tencent para desarrollar servicios para sus clientes nacionales. Nissan trabajará con Baidu –el Google chino– para utilizar la inteligencia artificial en sus vehículos. Hyundai ha dejado a su proveedor coreano habitual de baterías para trabajar a partir de ahora con la china Catl (que vende baterías con una autonomía de 600 kilómetros y se cargan en diez minutos). Incluso Tesla trabaja con Baidu en sistemas de navegación. También Volkswagen ha llegado a acuerdos con la tecnológica Xpeng, y Audi, con Saic, para equipar a sus modelos de alta gama con software y hardware de última generación.

Ahora es Occidente el que “copia” en China para poder sobrevivir en el competitivo mercado del automóvil

Los analistas del sector consideran que estas alianzas y acuerdos son la única forma que tienen las automovilísticas extranjeras de competir con las chinas, no sólo en ese país, sino en sus propios mercados internos. “Hace solo cuatro años pensaba que las compañías chinas se limitaban a seguir a las grandes multinacionales; ahora parece que todo ha cambiado”, afirma un ejecutivo de DJI Automotive, la división de la tecnológica china DJI para la conducción autónoma. En resumen, si estábamos acostumbrados a esa manera de hacer de los chinos de copiar la tecnología occidental y comercializarla más barata, ahora la situación es la contraria: es el mundo desarrollado el que copia en China para poder “sobrevivir en el competitivo mercado del automóvil”, como ha escrito Financial Times.

EE.UU. apoya a su industria

Washington, abril de 2024. El Gobierno de Joe Biden anuncia un acuerdo con la taiwanesa TSMC, la mayor fabricante de chips del mundo, para elevar la inversión de la empresa en Estados Unidos hasta 60.000 millones de dólares y construir una tercera planta en el complejo que la firma tiene en Arizona para fabricar chips de última generación. TSMC es proveedora de los gigantes de la inteligencia artificial, como Nvidia. Para conseguir que esta inversión vaya a Estados Unidos, el Gobierno ha prometido hasta 11.600 millones de dólares en ayudas y créditos.

Unos días después, en una operación similar, Estados Unidos se comprometía a conceder a Samsung 6.400 millones de dólares en ayudas para que la multinacional coreana construya una planta de fabricación de chips y un centro de investigación en Texas con una inversión total superior a 40.000 millones de dólares.

Estas dos macrooperaciones y tantas otras son fruto de la llamada Ley de Reducción de la Inflación de 2022 que tiene como uno de sus objetivos –aunque no tenga nada que ver con su nombre– facilitar la llegada de inversiones en sectores punteros mediante ayudas públicas como las que hemos mencionado. Biden ha dicho varias veces que no quiere que Estados Unidos pierda el liderazgo tecnológico y está dispuesto a conseguirlo a base de dólares. Incluso copiando medidas de su rival Donald Trump.

La UE, fuera de juego

La pregunta es: ¿Dónde está Europa en este tipo de acuerdos? Desafortunadamente, la Unión Europea como tal y los países que la componen poco están diciendo y haciendo en este tiempo crucial. La industria del automóvil europea se ve superada por la china; no hay grandes empresas de nuevas tecnologías –desde la fabricación de dispositivos hasta el desarrollo de la inteligencia artificial– que compitan con las estadounidenses o las asiáticas; las grandes instituciones financieras que controlan el mundo de la inversión son norteamericanas. Y las empresas chinas empiezan a dominar ya la tecnología necesaria para el desarrollo de las energías renovables.

“La fragmentación del mercado único es parte del problema de la falta de competitividad de Europa”, porque “nuestro ahorro se va a Estados Unidos y con él compran nuestras empresas”

A fin de impulsar la competitividad de Europa en el mundo, los líderes europeos pidieron al ex primer ministro italiano Enrico Letta que elaborara un informe sobre qué debe hacer la Unión Europea para no quedarse atrás en esta carrera por el crecimiento. El documento, de 147 páginas, concluye que, si la Unión Europea aspira a ser un jugador relevante en la economía global del mañana, sus socios deben combatir la fragmentación del mercado común, afianzar la unión financiera, combatir la fuga de capitales y reforzar las inversiones conjuntas, especialmente en ámbitos como el energético, la defensa o las telecomunicaciones.

Lo explicó el ex primer ministro italiano en una entrevista para El Mundo: “La fragmentación del mercado único es parte del problema de la falta de competitividad de Europa. El hecho de que la brecha con los Estados Unidos esté creciendo de manera dramática es inaceptable. Podemos aceptar que la brecha con China pueda crecer, o con India algún día, debido a su dimensión demográfica. Pero los Estados Unidos son como nosotros. Es absolutamente vital abordar el tema de la fragmentación”.

Más innovación y menos burocracia

El informe apunta seis campos de actuación en los que es imprescindible avanzar. En resumen, son:

  • Establecer la libertad de circulación en la investigación, la innovación, los datos, la competencia, el conocimiento y la educación.
  • Desarrollar un mercado financiero único para facilitar la movilización de capital público y privado que financie proyectos empresariales. Crear un mercado de valores común en la UE.
  • Facilitar el crecimiento de las empresas europeas.
  • Simplificar los procesos regulatorios hasta tener en el horizonte un Código Europeo de Derecho Mercantil. Armonizar la fiscalidad
  • Evitar la sobrerregulación y fortalecer la aplicación, en todos los países, de las normas aprobadas.
  • Abordar la dimensión exterior del mercado único.

Tres sectores clave

Según ha expresado Letta, es imprescindible desarrollar estos campos de actuación en tres sectores clave: el mercado financiero y de capitales –porque ahora “nuestro ahorro se va a Estados Unidos y con él compran nuestras empresas”–; el mercado de la energía –“el principal problema es el hecho de que tenemos 27 sistemas que tienen fatiga para comunicarse entre sí y para interconectarse”–, y las telecomunicaciones –hay que “pasar de 27 mercados a un mercado único y crear las condiciones para fusiones, para ganar escala”–. Con respecto a las telecomunicaciones, Letta señala unos datos expresivos: “Tenemos cien operadores en Europa, por tres en China y seis en Estados Unidos. Es una locura”.

El consejero delegado de la multinacional sueca Ericsson, Börje Ekholm, ha concedido una entrevista a Financial Times en la que resume el sentir de buena parte de la clase empresarial europea. En ella afirma que el continente está “en camino de convertirse en un museo: gran comida, gran arquitectura, grandes paisajes, grandes vinos, pero sin industria”. Esto es lo que viene a decir el informe Letta si no se corrige el rumbo con celeridad.

¿Qué tramáis, morenos?

Reproduzco este interesante articulo de Luis Ruiz del Árbol sobre la inmigración porque a mi parecer refleja muy bien la situación de muchas personas sobre las que pesan muchos prejuicios: Como bien dice al final, «Quién sabe qué papel crucial, qué intervención decisiva en el destino de España, le tiene deparada la providencia a cualquiera de los 500.000 extranjeros cuya regularización se está promoviendo»

«Este pueblo es demasiado pequeño para los dos, forastero», era una frase recurrente en los wésterns que me fascinaba en mi infancia. Ahora, de mayor, se la digo irónicamente a mis hijos cuando empiezan su retahíla de improperios, cada vez que nos dirigimos a jugar al fútbol al parque de al lado de casa. «¡Papá, no nos obligues a jugar con otros niños a los que no conocemos!». Es que no falla, es llegar al césped, plantar un par de jerséis como postes de una improvisada portería y, en cuestión de minutos, sale de la nada una masa de niños que pide incorporarse al juego. Muchos de ellos, yo diría que la inmensa mayoría, son de origen marroquí, dominicano, ecuatoriano, chino, ucraniano o rumano. Al final, la humilde pachanga o gol regate que tenía pensado jugar con mis hijos termina convirtiéndose en un multitudinario partido con niños y niñas de variadísimas razas, nacionalidades, edades y clases sociales.

Estos últimos días han sucedido dos hechos que me han recordado a los partidos multiétnicos en los que suelo embarcar a mis sufridos hijos. El primero de ellos ha sido el de las reacciones furibundas en la red social X a la pública posición favorable por parte de Luis Argüello, actual presidente de la Conferencia Episcopal Española, a la toma en consideración por el Congreso de los Diputados de una iniciativa legislativa popular encaminada a solicitar al Gobierno una regularización extraordinaria de cerca de 500.000 inmigrantes ilegales. Por pudor, me abstengo de reflejar muchos de los calificativos e insultos dirigidos al arzobispo de Valladolid, desgraciadamente provenientes en buena parte de gente que se define a sí misma como católica. En esencia, se tacha a Argüello y, por extensión, a sus otros compañeros en el episcopado, de traidores a España y de colaboradores en un supuesto plan oculto de las élites globalistas para reemplazar la población autóctona «española» por la foránea, sobre todo de origen árabe (el conocido como gran reemplazo).

El segundo de los sucesos ha sido la victoria del Athletic Club de Bilbao en la final de la edición 2023-2024 de la Copa del Rey de fútbol, que llevaba sin ganar 40 años. La columna vertebral del equipo vasco, en el que por imperativo de sus estatutos solo pueden militar jugadores nacidos o formados en Vizcaya, son los delanteros Iñaki y Nico Williams, dos hermanos cuyos padres provienen de Ghana. Los progenitores de los hermanos Williams, huyendo de la miseria de su país, atravesaron en unas condiciones terribles media África hasta llegar a Marruecos y alcanzar la frontera de Melilla. Tras saltar la valla, fueron inmediatamente detenidos por la Guardia Civil, pero evitaron su deportación gracias a los consejos de un abogado de Cáritas, que les puso en contacto con un sacerdote vasco, Iñaki Mardones, que se ocupó de buscarles alojamiento y trabajo en el País Vasco. En agradecimiento, el matrimonio Williams puso su nombre a su primogénito.

«¿Qué tramáis, morenos?», es la frase despectiva con la que el personaje interpretado por Clint Eastwood, el jubilado veterano de guerra Walt Kowalski, se dirige a los chavales afroamericanos de su barrio, en la fantástica película Gran Torino (2008). La posición de partida de Kowalski es la misma que la de mis hijos ante los partidos multiétnicos o la de los críticos con Luis Argüello: la pereza, la desconfianza o la sospecha frente a lo diferente que entra inesperadamente en nuestro ámbito vital. El personaje de Kowalski se ve obligado a recorrer un camino de aprendizaje de la convivencia, en su caso con la comunidad hmong, que le lleva a vencer la extrañeza y reconocer la imprevisible riqueza de lo otro, que a su vez le permite en el crepúsculo de su vida redescubrir su verdadero valor, sepultado por los escombros de la mirada habituada y sin esperanza de sus familiares y amigos.

Hace poco leí en el interesantísimo libro de memorias del mítico periodista JAMS, La prensa libre no fue un regalo (Marcial Pons, 2022), cómo el hecho de empezar a leer el árabe escrito, debido al trabajo que entonces desempeñaba, le hizo perder el miedo que le despertaban las pintadas en esa lengua en los muros de Palestina, Siria o Irak, que salían en la prensa o en la televisión, y cómo desde entonces se lanzó sin tapujos ni frenos a profundizar en el mundo árabe y musulmán, lo que le procuró el acceso a personajes y noticias que hasta entonces le habían estado ocultos o vedados.

Siempre animo a mis hijos a jugar al fútbol con niños a los que no conocen de nada, a que venzan la pereza que les da ponerse en acción con ellos; medirse con quien no se sabe sus cuatro trucos es la más eficaz forma de mejorar, en la búsqueda de soluciones nuevas a problemas nuevos. No es casualidad que hayan sido dos hermanos de origen ghanés, hijos de inmigrantes que entraron ilegalmente en nuestro país, quienes han devuelto al Ahtletic Club al lugar al que le corresponde por historia. Quién sabe qué papel crucial, qué intervención decisiva en el destino de España, le tiene deparada la providencia a cualquiera de los 500.000 extranjeros cuya regularización se está promoviendo. No nos olvidemos jamás de la hospitalidad; gracias a ella hospedaron algunos, sin saberlo, a ángeles.

Cinco razones por las que nos oponemos a la amnistía al ‘procés’

Por su interés reproducimos este editorial publicado en HAY DERECHO:

PRIMERA.- Porque, lejos del propósito de reconciliación con el que se trata de justificar esta ley de amnistía, la misma resulta profundamente divisiva, habiendo dado lugar a «una profunda y virulenta división en la clase política, en las instituciones, en el poder judicial, en la academia y en la sociedad española», como ha destacado la Comisión de Venecia. A este respecto, debe subrayarse que un presupuesto que debería respetar toda amnistía para resultar legítima, en tanto que se trata de una decisión con valor cuasi-constitucional, es que sea adoptada por un parlamento con mayorías cualificadas muy amplias, como también ha indicado la Comisión de Venecia. Sin embargo, esta ley va a ser aprobada en España con una exigua mayoría absoluta del Congreso de los Diputados, con el voto en contra del Senado y con la oposición de al menos 11 presidentes autonómicos, así como del principal partido de la oposición.

SEGUNDA.- Porque se ha adoptado sin una base constitucional expresa, desconociendo que el constituyente en 1978 rechazó una enmienda que proponía reconocer a las Cortes Generales la facultad de aprobar amnistías. Por ello, consideramos que, para aprobar una amnistía, habría sido conveniente seguir la recomendación de la Comisión de Venecia que ha propuesto reformar la Constitución española para darle adecuado fundamento constitucional a una medida de tal importancia.

TERCERA.- Porque la amnistía que se pretende aprobar resulta arbitraria, afectando gravemente al principio de igual sujeción de todos a la ley, al haber sido redactada al dictado de quienes promovieron una de las rupturas más graves de la convivencia democrática en nuestro país, sin que, además, se hayan previsto fórmulas de justicia restaurativa para la compensación, como ha propuesto la Comisión de Venecia. De hecho, esta amnistía puede ser catalogada como una forma de autoamnistía, por dos razones. En primer lugar, porque los votos de sus beneficiarios han sido imprescindibles para su aprobación. Además, porque la razón última por la que el PSOE se ha prestado a su concesión ha sido para conseguir los votos para su investidura. De forma que, si se consideran contrarias a los principios del Estado democrático de Derecho aquellas autoamnistías en las que quien ostenta el poder político pretende blindarse garantizándose su inmunidad jurídica, debemos reputar que igual censura merece cuando quien está en el Gobierno garantiza la impunidad de sus socios a cambio del apoyo parlamentario.

CUARTA.- Porque, tal y como se está desarrollando la tramitación de la ley de amnistía y a la vista de los acuerdos de investidura, esta amnistía pretende menoscabar la autoridad de los jueces y tribunales. Así ocurre, por un lado, cuando se han ido introduciendo enmiendas a la ley para dificultar el control judicial de la misma, con el objeto de evitar que se puedan plantear recursos eficaces para cuestionar su validez a nivel interno y europeo. Y, por otro lado, se ha atacado directamente la independencia judicial, especialmente con la propuesta de comisiones de investigación dirigidas a cuestionar políticamente las actuaciones judiciales.

QUINTA.- Porque se está siguiendo un procedimiento para su tramitación por vía de urgencia, iniciado como proposición de ley eludiendo así importantes informes de órganos consultivos, sin consulta pública y sin respetar, por tanto, todas aquellas exigencias procedimentales que, de acuerdo con la Comisión de Venecia, resultan imprescindibles en un Estado democrático para que una medida de esta naturaleza pudiera satisfacer la finalidad de lograr una reconciliación social y política.