El valor de la amistad

Hemos estado bastante callados últimamente, pero habrá sido para coger fuerzas para este año que va a comenzar próximamente.

En lo político, muchas proyectos de cambios en las leyes; en lo social, quizás demasiado tranquilos, en lo económico nos preguntamos porqué suben tanto los precios, quién los maneja…

Pero a pesar de tanta manipulación por parte de los media, de los políticos de turno, de leyes inicuas como la del aborto o contra la identidad sexual natural, soy optimista mientras tengamos la valentía de reforzar los lazos de amistad, una amistad que nos permita ese libre intercambio de ideas y de ayuda mutua.

Pienso que ése es el camino más efectivo (al menos para la gente de a pie) para dar la vuelta a la tortilla sin violencias, y que dejará claro lo que es correcto y lo que no lo es, sobre todo a la vista de los resultados. A veces una conversación, una ayuda, deja más poso en las personas que miles de anuncios propagandísticos.

Así espero…

Entender la inflación

Interesantísimo artículo de Aceprensa por JUAN JOSÉ TORIBIO que nos descubre las causas y consecuencias de la actual inflación a nivel mundial:

Dos veces al año (en abril y octubre), el Fondo Monetario Internacional (FMI) publica sus perspectivas económicas globales (WEO), intercalando algunas rectificaciones a lo largo del tiempo, si nuevos eventos o nuevas circunstancias así lo requieren. La más reciente de tales publicaciones es el WEO de octubre 2022, en el que, a través de tres capítulos y cerca de doscientas páginas, se desgrana un análisis detallado de la incierta situación económica que el mundo vive en los momentos actuales.

A pesar de su complejidad, los elementos que definen esa situación mundial quedan, sin embargo, bien priorizados por el FMI en solo tres líneas, que son las primeras de su informe: “La economía global afronta hoy turbulencias procedentes de varios retos. Su tasa de inflación es la más alta experimentada en varias décadas, lo que tensiona las condiciones financieras y económicas en la mayor parte del mundo”.

Con pleno sentido, el FMI sitúa así la inflación en el meollo de sus preocupaciones, y la destaca como centro de gravedad de los restantes problemas económicos: recesión o bajo crecimiento, distorsiones en el empleo, desajustes cambiarios internacionales y deudas inasumibles en muchas partes del mundo. Vale, por tanto, la pena centrar también nuestra atención en el origen, evolución y consecuencias de unas tensiones inflacionarias que, para el FMI y muchos otros organismos, ocupan ahora el centro de las inquietudes de política económica. Solo “los más viejos del lugar” pueden evocar esas tensiones como seña de identidad de un pasado turbulento que creían superado, y que lamentablemente vuelve a manifestarse hoy. Para el resto de la población el fenómeno resulta, cuanto menos, nuevo y sorprendente.

La evolución

Los manuales de Economía definen la inflación como “un proceso de crecimiento sustancial y continuo en el nivel general de precios”. Ciertamente, esos atributos del fenómeno parecen visibles hoy en casi toda la economía global, aunque no resulta sencillo medirlos con exactitud. A falta de otros procedimientos, recurrimos como instrumento de medición más ágil al índice de precios de consumo (IPC), aunque éste, por su propia naturaleza, deja fuera precios tan importantes como los de la construcción, la vivienda y otros muchos activos, entre ellos, los financieros. Obviamente estos últimos precios no pueden considerarse “de consumo”, pero ello no significa que sean irrelevantes a la hora de analizar la inflación.

De cualquier modo, y aunque marginen mercados importantes, las variaciones anuales del IPC (8,5% en el último dato sobre España) son el instrumento más a mano y más aproximado para valorar la tensión de los precios en la sociedad.

Así medido, ¿de dónde procede el actual proceso inflacionario, que parece haberse presentado por sorpresa, tras varias décadas de estabilidad? En versión simplista, cabría afirmar que los precios suben siempre que la demanda agregada exceda de la oferta disponible. Así sucede obvia e irremediablemente en todas las economías de mercado.

En el caso actual –como acertadamente señala el FMI en su informe– la semilla del fenómeno inflacionario ha de buscarse en las medidas aplicadas bajo aquella sensación de desconcierto político que el COVID-19 provocó desde febrero de 2020. Todos, o la gran mayoría de los gobiernos, afrontaron la dramática situación mediante un gasto social ilimitado, que provocó déficits presupuestarios sin precedentes, financiados, a su vez, por grandes emisiones de deuda pública. Por su parte, todos, o la gran mayoría de los bancos centrales se creyeron en la obligación de comprar esas emisiones (bonos) del gobierno, generando así una fuerte burbuja de liquidez global. Llovía además sobre mojado, puesto que déficit, deuda y burbuja de liquidez permanecían latentes en el sistema desde la crisis financiera de 2008. Nunca, en tiempo de paz, la “máquina de fabricar dinero” había funcionado con tanta intensidad y de modo tan general, para apoyar un gasto público también desmedido.

Como era de esperar, la demanda agregada se recuperó con vigor una vez superadas las tensiones del COVID. Se presentaron, sin embargo, cuellos de botella importantes en la oferta de productos energéticos, minería, materias primas o semielaboradas, bienes intermedios, algunos sectores de alimentación y capacidades de transporte. Descubrimos entonces que, para cualquier gobierno, es mucho más fácil estimular la demanda agregada que reactivar de forma inmediata la producción y el suministro de bienes y servicios. Las condiciones propias para una fuerte tensión inflacionista (exceso de demanda sobre oferta) estaban, pues, enteramente servidas a finales de 2021, antes de que Vladímir Putin tomara la penosa decisión de invadir Ucrania y agravar con ello todos los problemas, especialmente aquellos relacionados con cuellos de botella en sectores tan básicos como la energía, los fertilizantes y los de alimentación no elaborada.

Problemas

Todos conocemos, experimentamos y padecemos los efectos de la inflación. Pero dentro de la gran variedad de distorsiones sociales, económicas y políticas que el fenómeno plantea, cabe destacar algunos órdenes de preocupación, que quizá no siempre hayan sido debidamente valorados.

El primero de ellos se refiere a las expectativas que el fenómeno genera y que convierten a la inflación en un proceso de espirales alcistas. Cuando en la sociedad se instala una “cultura de inflación” (como posiblemente haya ocurrido ya) son muchos y diversos los mecanismos de auto-alimentación de los precios, casi siempre imparables a corto plazo

Quizá el más importante de esos mecanismos autopropulsados sea la toma de conciencia de que la inflación es un impuesto virtual que penaliza las tenencias de dinero líquido en hogares y empresas. Tal “impuesto” puede súbitamente desinflar la burbuja de liquidez creada por los bancos centrales a través de sus compras masivas de deuda pública, herencia del COVID. En nuestro caso, puede que lo haya hecho ya. Si así fuera, nada tendría de extraño que las reservas líquidas acumuladas por empresas y particulares se estén volcando en aumentar la demanda (y los precios) de bienes y servicios. Es mejor comprar hoy lo que –se piensa– podría ser más caro mañana.

Junto a ese fenómeno, aparece una lógica inquietud entre los trabajadores por cuenta ajena cuyos salarios nominales hayan experimentado un ascenso inferior al de los precios, es decir, casi todos ellos. Las exigencias de mantener el poder adquisitivo de sus retribuciones (“salarios reales”) son, sin duda, razonables, pero los efectos de esa actitud se manifiestan siempre en una conocida espiral alcista de precios-salarios, que supone un serio obstáculo para restablecer un ambiente de estabilidad.

Esa espiral de precios-salarios distorsiona gravemente las economías, pero, en contra de lo esperable, no suele producir todo el desempleo que de esas mismas distorsiones cabría deducir. Rara vez los sindicatos obtienen alzas salariales tan altas como la tasa de incremento en el IPC, lo que supone una reducción neta de sus retribuciones efectivas. En ese contexto de caída en los salarios reales, la demanda de servicios laborales, por parte de empresas e instituciones, alcanza niveles aceptables y el empleo se mantiene, aunque la depresión de los salarios sea generadora de creciente malestar social. De nuevo las experiencias históricas parecen demostrar que, bajo inflación, las altas tasas de empleo no disminuyen las tensiones laborales.

Hay más factores de auto-propulsión, no siempre destacados: los precios no suben en la misma proporción en distintos países y tampoco sus respectivos bancos centrales aplican el mismo rigor (subidas de tipos de interés) en su lucha contra la inflación. Esa diversidad de condiciones financieras introduce perturbaciones en los mercados de divisas, alterando el tipo de cambio (valor relativo) de las distintas monedas. Así, aquellas economías o zonas cuya moneda resulte depreciada, como les ocurre hoy al euro y a la libra esterlina, sufren por esa vía impactos alcistas en los precios internos, que vienen a añadirse como una mecanismo adicional de auto-alimentación en el proceso inflacionario.

Más allá de estos desarrollos en espiral, otro orden de preocupaciones, no siempre bien valoradas, se refiere a los efectos fuertemente negativos que la inflación ejerce sobre la distribución de rentas y patrimonios. Empíricamente puede comprobarse que existe un alto grado de correlación entre las altas tasas de inflación y el empeoramiento del llamado “coeficiente de Gini”, en el que los economistas basan su medición de las desigualdades sociales de patrimonio y renta.

De hecho, la inflación es una máquina de generar pobreza y, en consecuencia, la mayor fuente conocida de desigualdades sociales. Así se ha demostrado, una y otra vez, en aquellos países de África y América Latina que históricamente han pretendido basar su desarrollo en mero gasto público y generación artificial de liquidez. En la historia de Europa tenemos el ejemplo, aún más dramático, de la hiperinflación alemana, cuyo centenario se cumple precisamente en esta década. La ruina de las clases medias y trabajadoras, provocada por aquel lamentable fenómeno inflacionario, supuso un vuelco brutal en la distribución de rentas y explica, mejor que cualquier otra hipótesis, la sorprendente toma de poder por parte del nacional-socialismo, a través de unas elecciones democráticas cuyo penoso resultado solo resulta explicable en el entorno de fuerte distorsión social originado, pocos años antes, por la hiperinflación alemana.

En última instancia, resulta sorprendente que los mismos gobiernos que han provocado una inflación generadora de pobreza se esfuercen después en buscar mecanismos que alivien su coste para los sectores de población más desfavorecidos. La mejor forma de ayudar a esos colectivos de miseria (quizá la única efectiva) habría sido no generar inflación o, cuando el fenómeno haya tenido lugar, esforzarse por aplicar lo antes posible aquellas políticas que detengan la tensión inflacionaria. Solo en un entorno de estabilidad de precios cabe arbitrar medidas que reduzcan las desigualdades sociales de modo efectivo.

Todos los factores anteriores, y algunos más, sugieren que las alarmas sociales y políticas deberían sonar con fuerza en las primeras manifestaciones de precios al alza. Tolerar la inflación ab initio o no embridarla a tiempo equivale, con frecuencia, a soltar un caballo indomable en la economía global, única “cacharrería” de la que disponemos.

Juan José Toribio
Profesor Emérito de IESE Business School
Ex-Director Ejecutivo del Fondo Monetario Internacional

Jueces y democracia

Publicamos este artículo de Gabriel Le Senne, abogado, publicado en Centro Diego de Covarrubias:

Un sistema auténticamente democrático se caracteriza por que las decisiones que puede adoptar el poder tienen límites. La mayoría no está legitimada para imponer cualquier cosa. Deben respetarse siempre los derechos de las minorías. Incluyendo a la minoría más pequeña: el individuo (Ayn Rand). Si no se respetan los derechos individuales, no hay democracia. De lo contrario, la mitad más uno podría decidir, por ejemplo, matar o robar a alguien. Pero eso no sería democracia, sino la tiranía de la mayoría.

Por eso la democracia puede acabarse, quedando sólo una fachada, sobre todo cuando los límites que debe respetar el poder dejan de ser percibidos claramente por la ciudadanía. La democracia es el mejor sistema político que tenemos (el menos malo, en palabras de Churchill), porque las alternativas son peores, pero en cualquier momento puede degenerar, como ya sabían los griegos: la democracia puede degenerar en demagogia.

Y por ello es esencial evitar la concentración de poder, estableciendo una verdadera separación de poderes y contrapesos adecuados para controlar el poder en manos de una sola persona o institución: checks and balances, en expresión anglosajona. Para ello es esencial, entre otras cosas, el concepto de Estado de derecho o imperio de la ley: la ley se aprueba por los procedimientos legalmente establecidos, y una vez aprobada, se aplica por jueces independientes, siendo igual para todos. La ley impide la arbitrariedad del poder, pero para ello los jueces deben poder juzgar libremente. Si los jueces son subordinados del gobierno, ya no podrán controlarle.

Hitler llegó democráticamente al poder. Chávez también. Como muchos otros. Es muy fácil, una vez alcanzado el poder, manipular al pueblo mientras se desmantela disimuladamente -o no tanto- el sistema democrático, eliminando todos los obstáculos que molesten al gobernante, que se convierte así en dictador, en tirano.

Por eso tras la experiencia alemana muchas constituciones, como la nuestra, introducen cláusulas de seguridad contra casos semejantes. Por eso para modificar ciertas partes vitales de la Constitución Española de 1978, se establece un procedimiento reforzado (art. 168 CE): la reforma debe aprobarse por mayoría de dos tercios de cada cámara, que a continuación se disuelven, se celebran nuevas elecciones, y la reforma debe ser aprobada de nuevo por los dos tercios de las nuevas cámaras. Finalmente, la reforma se somete a referéndum para su ratificación.

Sin embargo, es posible modificar la Constitución por la parte de atrás, sin tener las mayorías requeridas: teniendo bajo control al Tribunal Constitucional, órgano político encargado de interpretar la Constitución y anular las normas que considere inconstitucionales. Hasta la fecha, nos ha venido dando una de cal y otra de arena. Por ejemplo, declaró inconstitucionales los estados de alarma de la pandemia, pero lo hizo cuando ya no importaba demasiado. O ha guardado en un cajón durante 12 años el recurso contra la ley del aborto. Si un Constitucional ‘conservador’ ha sido capaz de esto, qué no hará uno ‘progresista’.

Sin separación de poderes, la mayoría no tendrá freno para vaciar de contenido la Constitución y pisotear los derechos individuales cuando le plazca. Más aún, puesto que los jueces forman parte de las juntas electorales, podría significar hasta el fin de la posibilidad de celebrar elecciones democráticas, pues los jueces puestos por el Gobierno resolverían cualquier incidencia electoral. Por todo ello es deseable que, en lugar de repartirse las sillas, los políticos establezcan un sistema acorde a la Constitución que garantice la independencia del Consejo General del Poder Judicial y del Tribunal Constitucional. Y es responsabilidad de los ciudadanos obligarles, retirándoles el voto en caso contrario. O de democracia, nos quedará la fachada.

Gabriel Le Senne

El poder no quiere que se hable del bien o del mal, prefiere ciudadanos maleables

Reproducimos este artículo del Doctor Cabrera por su interés:

osé Cabrera habla de la desesperanza en los jóvenes que se suicidan, y de la importancia de la fe en la sociedad de hoy

José Cabrera, más conocido como «el doctor Cabrera», es uno de los psiquiatras más populares de la televisión en España. Con sus vastos conocimientos, y esa forma amena de participar en los programas, reúne a un ejército de seguidores. El pasado mes de abril sufrió una de las mayores tragedias de su vida. Su mujer murió atragantada en un restaurante.

Para hablar de su dilatada experiencia analizando la mente humana, del sufrimiento de los jóvenes que se suicidan actualmente y, sobre todo, del valor de la fe para vivir y, también, para morir, ha concedido una entrevista al canal de YouTube Refugio Zavala TV

La época de la nada

«Yo he sido católico toda la vida. No tengo una fe total. Soy un hombre de poca fe, pero la poca que tengo, que me la dio mi madre, la voy a defender«, explica el psiquiatra forense. Para Cabrera, creer es lo más importante. «Es lo único que tengo a lo que agarrarme. Cuando uno va a morir no queda otra película. No valen otras historias. Que si la materia… que si el Universo…, la casualidad…, todo eso son paparruchas», asegura. 

El doctor afirma en la entrevista que la falta de fe es uno de los principales problemas de esta época. «Decía Chesterton que cuando no se cree en Dios, se acaba creyendo en cualquier cosa. Ese es el problema actual, es la época de la nada. Como no creen en nada, pues no hay nada. ¿La nada qué es? Es el vacío, el caos… A mí, la nada, no me llena. Si a alguien le llena, que lo explique», comenta.  

Para Cabrera, además, la fe trae consigo la felicidad. «Yo creo que la felicidad es la paz con uno mismo, aquello que se tiene cuando uno se va a morir… esa paz que hay en los monasterios. Ese tipo de paz va unida a una creencia trascendente, aunque lo cierto es que hay gente que no tiene creencias, o dicen no creer tenerlas, y viven aceptablemente felices», señala. 

La fe no se demuestra

Y, añade, que el amor también es una pieza fundamental de la fe. «Las cosas se quedan, mientras nosotros nos vamos. Lo que llena es el sentimiento, la emoción, y eso no lo tienes porque tengas un coche mejor. Te emocionas porque tienes una mujer que te quiere o un vecino que se lleva bien contigo. La emoción la veo siempre ligada a lo que no se puede comprar con dinero», apunta Cabrera.

Para el psiquiatra forense, la sociedad actual vive en «la época de la nada». 

El doctor asegura que para creer no se necesitan explicaciones científicas. «La fe no hay que demostrarla, lo que hay que demostrar es si el átomo existe. La fe no tengo que demostrársela a nadie, tengo que sentirla«, explica. En este punto habla sobre la importancia de la fe cuando llegan los últimos momentos. «Mi madre suspiró creyendo, y eso es brutal. Aunque sea algo cínico, si la religión fuera un invento, solo por confortarte en el momento de la muerte, ya merecería la pena«, relata. 

Para Cabrera, la fe, en ocasiones, se escribe en minúsculas. «Nos pasamos el día entero haciendo actos de fe. Crees en tu marido, en tu mujer, crees que vas a cruzar la calle y no te van a atropellar… la vida es fe en minúsculas, y, también, en mayúsculas», apunta. 

Ciudadanos maleables

El psiquiatra da las claves de por qué el cristianismo suele ser atacado. «Molesta que los cristianos tengan los valores nucleares para luchar contra la injusticia. El poder político lo único que tiene es poder, pero, un poder sobre las cosas. Al político de turno le molesta que haya una religión que diga: ‘Aquí está el bien, y aquí el mal’. Si al ciudadano no le dejas ver dónde está el bien y el mal, tendrás un ciudadano maleable, ideal para votar», explica.

En este sentido, la familia es otra de las mayores «amenazas» para el Estado. «La familia es un peligro para el poder político, si la familia está fuerte, el poder político se diluye. Los políticos lo saben y dicen vamos a cargarnos a la familia. Nadie quiere la responsabilidad, y el amor es responsabilidad. El hombre es libre en la medida en la que ama, y es esclavo en la medida en la que dependa de lo que no puede amar», relata Cabrera.

«Si la familia está fuerte, el poder político se diluye», comenta el doctor Cabrera.

El doctor añade que solo el cristianismo puede liberar al hombre de sus ataduras. «¿Qué religión hay en el mundo en la que su propio Dios llegue y se crucifique? El amor nos hace libres, y no interesa que la gente sea libre. Si no amamos, viviremos cogidos a nuestras cadenas», asegura el psiquiatra.

El virus de la desesperanza

El experto en la mente humana también se refiere a uno de los peores males que aqueja actualmente a la sociedad. «La segunda causa de muerte de los adolescentes es el suicidio, en los países occidentales, porque en Somalia se suicida muy poca gente. En los países desarrollados tenemos todo y no tenemos nada. Al joven le gusta mucho chulearse con su cochecito… Hay una falta de ilusión que va ligada a no creer en nada», apunta. 

En este punto, asegura que su experiencia le demuestra que la causa de este fenómeno es la desesperanza. «La gente se piensa que cuando alguien se suicida es que está enferma, pero no es así, es por desesperanza. No hay luz, no hay camino, y, entonces, ¿qué me queda?, ¿vivir solo para las cosas? Sin ilusión no se puede vivir», explica.

Para el doctor, la clave de todo es conocer el por qué se vive. «El sentido de la vida es lo que da la chispa a la persona. Sin sentido de la vida se sobrevive, en un Mercedes, pero sobrevive. Vivir es otra historia, y lo puede hacer gente sencilla, sin dinero, que juega al dominó por las tardes», comenta.

https://www.youtube.com/embed/MgdYmzDbXUc Para concluir, el doctor Cabrera hace mención a otro de los principales males de la sociedad. «La droga es el disolvente universal. Disuelve a la persona, a la pareja, a la familia y a la sociedad. Los hombres se drogan y los Estados se fortalecen. Es mejor una persona drogada, que no sabe ni lo que va a votar, que el tío que tiene cabeza y sabe lo que hay que hacer», asegura el psiquiatra. 

Aquí puedes ver la charla completa con el doctor Cabrera

Derechos Humanos

¿Existen los derechos humanos antes de que sean reconocidos por las leyes? ¿La proliferación de nuevos derechos puede suponer una devaluación del derecho?  ¿Debe Occidente exportar su visión de los derechos humanos al resto del mundo? ¿Están las redes sociales limitando los derechos de los usuarios?

Para jóvenes interesados en estas cuestiones y que quieren formar parte del debate, recomendamos este Fórum en el Círculo de Bellas Artes, Madrid:

La irracionalidad del materialismo: «Para ser ateo hoy, hay que creer en cosas bastante rebuscadas»

¿Tiene nuestro Universo una causa y, si es así, cuál es? Basándose en los grandes avances científicos del siglo XX, Olivier Bonnassies y Michel-Yves Bolloré aportan una rica obra, Dios, la ciencia, las pruebas, de la que se desprende que es más razonable creer que la causa de todo es necesariamente trascendente y que los incrédulos son mucho menos racionales de lo que creen. Reproducimos esta entrevista de Mickaël Fonton en Valeurs Actuelles:

Michel-Yves Bolloré (a la izquierda de la foto) y Olivier Bonnassies durante una de las numerosas entrevistas a las que ha dado lugar su libro, que puede verse en primer término: ‘Dios, la ciencia, las pruebas’

-¿Qué les impulsó a escribir este libro tan extenso? ¿Hubo algún desencadenante?

-Olivier Bonnassies: Cuando tenía 20 años, estaba en la École Polytechnique y no era creyente. Después, creé una empresa que iba bastante bien, pero pronto empecé a preguntarme para qué servía todo aquello. Me hice las grandes preguntas: ¿cuál es el sentido de la vida? ¿De dónde venimos? ¿Adónde vamos? Pensé que no había respuestas a estas preguntas.

»Pero un día encontré un libro de Jean Daujat, un brillante normalien [ex alumno de la selectiva Escuela Normal Superior] titulado ¿Existe la verdad? y me sorprendió ver que había serias razones para creer en la existencia de Dios. Seguí estudiando el tema y salí convencido. Entonces me comprometí a cursar cuatro años de teología y, en los años siguientes, decidí dedicarme sólo a proyectos que tuvieran sentido. Así fue como conocí a Michel-Yves, que colaboró en dos de ellos.

»En 2013, hice una presentación sobre la existencia de Dios y las razones cristianas para creer en Él a una clase de filosofía de último curso de secundaria, donde estaban mis hijas. Me grabaron: el resultado fue un vídeo, Démonstration de l’existence de Dieu et raisons de croire chrétiennes [Demostración de la existencia de Dios y razones cristianas para creer], que tiene 1,7 millones de visitas en YouTube.

https://www.youtube.com/embed/YmAMijn00w0 »Michel-Yves lo vio, e inmediatamente me envió un correo electrónico para decirme que era muy bueno, pero que podíamos hacerlo mucho mejor en este tema al que llevaba treinta años dándole vueltas. Así fue como iniciamos nuestra colaboración y nos pusimos a trabajar. Contamos con el apoyo de una veintena de especialistas para que este panorama tan variado de las pruebas de la existencia de Dios fuera perfectamente preciso y estuviera documentado. Me alegra ver que el asombro que sentí cuando tenía 20 años es compartido ahora por un gran número de lectores.

-¿Cuáles son los objetivos que se persiguen? ¿Recuperar la fe (y cuál)? ¿Combatir el materialismo, el cientificismo?

-Michel-Yves Bolloré: ¡No, claro que no! Nuestro libro sólo trata una cuestión: la de la existencia o no de un Dios creador. Dios creador, definido al menos como un ser trascendente a nuestro Universo, no temporal, no espacial y no material. Este libro es una investigación sobre una docena de áreas independientes, trata del mundo real, en todos sus aspectos, y se limita deliberadamente a ese tema.

»No busca saber quién es, si se ha revelado y cómo vivir con Él, sino sólo de evaluar la probabilidad de su existencia. Para ello, el libro se apoya exclusivamente en la racionalidad. Pone sobre la mesa toda una serie de pruebas procedentes de diferentes campos independientes, evaluando, para cada una de ellas, su fuerza. Al final de este viaje racional, cada lector juzgará y se formará su propia opinión.

»Por nuestra parte, como autores, no ocultamos que la conclusión es que el materialismo se ha convertido en una creencia irracional. Ahora existe un conjunto de pruebas convergentes, racionales, sólidas e independientes que permiten afirmar con casi total certeza que un Dios creador es absolutamente necesario para explicar el mundo

-Hay muchos libros sobre el no siempre obvio matrimonio entre la fe y la razón. ¿Sentían que había una carencia?

-OB: En primer lugar, nuestro libro no trata de la fe, sino de la cuestión de la existencia de Dios, y sí, un libro como el nuestro no existía. Hay muchos libros que tratan este tema desde el punto de vista de la cosmología, otros desde el punto de vista de la filosofía, otros desde el punto de vista de la historia, pero no hay ninguno en el que se tengan en cuenta simultáneamente estos diversos campos del conocimiento, lo cual, sin embargo, es algo lógico y natural. Finalmente, como el libro que nos hubiera gustado leer no existía, ¡tuvimos que escribirlo! Queríamos que fuera preciso, exacto y accesible. En otras palabras, debe ser accesible a todos los que se plantean esta pregunta y, por tanto, a un público muy amplio. Esto significaba escribir un texto fácil de leer, utilizar analogías e imágenes y remitir las cuestiones más técnicas a las notas a pie de página.

»En su primera parte, contamos la apasionante historia del increíble giro de la ciencia en el siglo XX, con relatos de importantes descubrimientos científicos que han tenido grandes consecuencias metafísicas. Esta obra proporciona a todos los que deseen reflexionar sobre la cuestión de la existencia de Dios los conocimientos más recientes y precisos sobre este tema. Después de más de tres años de trabajo, ahora sabemos por qué no existía este libro: ¡es porque reunir todo este conocimiento en un volumen es un trabajo hercúleo!

-El libro ha sido un éxito, ¿cómo lo interpretan? ¿Necesidad de ciencia, la necesidad de sentido, la necesidad de debate?

-MYB: Sí, el libro ha vendido ya 180.000 ejemplares. Un vídeo de una de nuestras entrevistas en Beur FM ha sido visto más de un millón de veces en el mundo musulmán francés, fuimos portada de una revista israelí, dimos una conferencia en Créteil ante 1.100 entusiastas protestantes evangélicos y otra ante 500 masones. Ahora nos damos cuenta de que la cuestión de la existencia de Dios, en última instancia, afecta tanto más a las personas cuanto más crece la incredulidad.

https://www.youtube.com/embed/bJ0Bh9_8GuI »Más de la mitad de los franceses ya no creen en la existencia de Dios. Esta división, a menudo dolorosa, no es geográfica. Se extiende por las familias, se manifiesta en el ámbito profesional y en muchos otros sectores de la sociedad. La gente tiene ganas de saber más y de ilustrarse, pero los medios de comunicación, quizá por miedo a ser criticados, no se atreven a abordar el tema. Por lo tanto, la publicación de nuestro libro ha respondido innegablemente a una expectativa, da respuesta a una inquietud.

»Además, por diversas razones, mucha gente creía que la cuestión de la existencia de Dios no era demostrable y, por tanto, inútil, pero gracias a los recientes descubrimientos científicos, esto ya no es así en absoluto: esto es lo que hemos querido dar a conocer a un amplio público. Desde este punto de vista, vivimos tiempos extraordinarios. Por último, y esto es esencial, nuestro libro no habla de religión, salvo incidentalmente, y por eso puede interesar a todo el mundo.

-¿Qué reacciones -positivas o negativas- les han parecido dignas de mención, y por qué?

-OB: Hemos tenido muchas reacciones positivas por parte de destacados científicos, intelectuales y creyentes, una acogida interesada por parte de los medios de comunicación y la prensa, y sobre todo reacciones maravillosas de los lectores: las recibimos todos los días… También ha habido críticas sobre el fondo, pero no han sido muy fuertes. Propusimos sistemáticamente debates a los autores que criticaban nuestro planteamiento, pero la mayoría de ellos declinaron y los que aceptaron se encontraron con dificultades simplemente porque el caso de la existencia de Dios es muy fuerte en sí mismo.

»Nos hemos dado cuenta de que la palabra «prueba» se ha malinterpretado a menudo como si pretendiéramos ser capaces de proporcionar una demostración absoluta de la existencia de Dios. En realidad, si uno abre un diccionario, puede ver que, en el mundo real, una «prueba» no es una demostración matemática, sino un elemento material o intelectual que contribuye a acreditar o refutar una tesis.

»También se ha repetido con frecuencia la afirmación perfectamente gratuita de que la ciencia no puede decir nada sobre Dios. Pero esto es completamente inexacto: la ciencia no puede decir quién es Dios, pero puede pronunciarse perfectamente sobre la necesidad de su existencia. La existencia de Dios o su inexistencia son, de hecho, dos tesis opuestas que tienen implicaciones observables en el mundo real y que pueden discutirse hoy en día. Una es que si Dios no existe, el universo no puede haber tenido un comienzo absoluto. Esta implicación obvia fue durante mucho tiempo inútil, pero en el último medio siglo se ha convertido en una pregunta habitual para los científicos.

-Hay una cita atribuida al físico Heisenberg que básicamente dice que el primer sorbo del vaso de la ciencia natural puede convertirte en ateo, pero que en el fondo del vaso te espera Dios. ¿Es eso lo que han querido mostrar, especialmente con lo que han denominado «el gran giro»?

-OB: Sí, eso es un poco. Es como si viviéramos el conocido adagio de Francis Bacon: «Un poco de ciencia nos aleja de Dios, pero mucha nos devuelve a Él». Desde el Renacimiento hasta hoy, parece que este adagio es perfectamente cierto: un poco de ciencia nos alejó de Dios, pero ahora mucha ciencia nos está devolviendo… 

-¿Qué avances científicos, qué objetos de conocimiento, le han parecido más llamativos, más decisivos, en este gran giro?

-MYB: La ciencia moderna ha descubierto dos cosas que nadie sospechaba hace apenas cien años: que hubo con toda seguridad un principio absoluto del tiempo, el espacio y la materia, y un ajuste increíblemente fino de los parámetros iniciales del Universo, así como de las leyes de la física y la biología.

»Estas dos conclusiones no se basan en razonamientos aislados y frágiles, sino en la convergencia de diferentes disciplinas independientes. La idea de que el tiempo infinito en el pasado es imposible es, por ejemplo, una conclusión de la racionalidad de las matemáticas, la termodinámica y la cosmología, con el muy sólido teorema de Borde-Guth-Vilenkin, siendo el Big Bang sólo una buena ilustración.

»Así, si el tiempo, el espacio y la materia, que están vinculados, tuvieron con toda seguridad un comienzo absoluto, entonces hay necesariamente, en el origen de este surgimiento, una causa que es por definición no material, no espacial, no temporal y, por tanto, trascendente a nuestro Universo. 

-En cuanto al Big Bang, parece que el sacerdote Georges Lemaître trató de convencer al Papa de la época, Pío XII, de que era mejor no considerar que tal teoría tuviese algo que ver con el «fiat lux [hágase la luz]» del Génesis, que los objetos eran de distinta naturaleza y que, en definitiva, la ciencia y la religión no tenían nada que aportarse mutuamente. ¿Qué opinan?

-OB: Es un grave anacronismo utilizar la cautela que Georges Lemaître empleó en 1951 con Pío XII tras el gran discurso de éste, porque en aquella época su teoría del «átomo primitivo» no era más que una teoría entre otras, abrumadoramente rechazada por la comunidad científica de la época y archivada. No fue hasta 1965 cuando se confirmó de forma tan brillante como inesperada.

Georges Lemaître, junto a Albert Einstein en un encuentro en California en 1933

»Además, como Lemaître era sacerdote y miembro de la Academia Pontificia de las Ciencias, Einstein y sus adversarios le acusaron de «física sacerdotal» y de impulsar un «concordismo» para atenerse al Génesis y a la idea de una creación ex nihilo [de la nada], tal como aparece en la Biblia. De todo ello tuvo que defenderse continuamente para no ser marginado científicamente. Pío XII murió en 1958, antes de la confirmación del Big Bang de 1965, poco después de la muerte de Lemaître. Nadie sabe qué le habría dicho Lemaître a Pío XII si ambos hubieran estado vivos después de esta extraordinaria confirmación. 

-Después de haber puesto ante los ojos del lector el carácter verdaderamente asombroso y absolutamente inimaginable de la vida, de lo que existe, del «algo más que nada», ¿por qué no dejarlo así? ¿Por qué decir: «Por tanto, existe un Dios creador»?

-MYB: Nuestra investigación es en áreas separadas e independientes cuyas conclusiones convergentes llevan al lector a creer que la tesis más razonable es la de la existencia de Dios.

»En cuanto a la transición de lo inerte a lo vivo, el análisis de los conocimientos actuales socava la hipótesis del simple azar, y sólo puede resolverse suponiendo la existencia de otras sintonías finas, aún desconocidas hasta hoy.

»El «ajuste fino» del Universo y sus leyes es una verdad que nadie imaginaba hace sesenta años, pero que nadie discute hoy. Esto sólo tiene dos explicaciones posibles: la más natural y sencilla es concluir que existe un Dios creador, ya que Einstein dijo que «todos los que se dedican a la ciencia acabarán por descubrir que un espíritu, inmensamente superior al del hombre, se manifiesta en las leyes del Universo».

»Si se rechaza la idea de Dios y se busca una explicación alternativa, hay que creer necesariamente que estas configuraciones provienen del azar, lo que sólo tiene sentido si existe un número cuasi infinito de universos generados por una máquina bien regulada que tendría el poder de cambiar metódicamente los parámetros en un rango adecuado. Por lo tanto, para ser ateo hoy en día, hay que creer necesariamente en algunas cosas bastante rebuscadas… Por eso la palabra «incrédulo» ya no es apropiada, en el contexto actual del conocimiento científico.

»De hecho, hoy en día, el ateo debe creer muchas cosas increíbles. Tiene que creer que el universo es eterno y que nunca tuvo un principio, cuando todo parece indicar lo contrario. También debe creer que hay un número infinito de universos, ¡de los que no hay ni un solo rastro!

»A muchos incrédulos les gusta repetir que son como Santo Tomás, que sólo creen en lo que ven. No se dan cuenta de su propia incoherencia, ya que necesariamente creen en multiversos que nadie ha visto. Karl Popper, el gran filósofo de la ciencia del siglo XX, decía que para que una tesis sea científica, debe ser refutable. Según este criterio, está claro que la teoría del multiverso no puede ser una teoría científica. 

-¿No es el misterio, en sentido estricto, más religioso que la demostración? ¿Qué valor puede tener una fe en un Dios cuya existencia está demostrada, y por tanto se nos impone? ¿Qué quedaría entonces de la libertad del hombre?

-OB: De nuevo, nuestro libro no trata de la fe, ni de la religión -que consiste en decir quién es Dios-, sino sólo de la cuestión limitada de la existencia de Dios desde el punto de vista del conocimiento por la razón. La fe es un enfoque muy diferente, ya que es un acto de adhesión de la voluntad. Este acto sí tiene una base de conocimiento, pero es de un orden completamente diferente. Por último, podemos añadir que el hecho de que la razón afirme que Dios existe es importante, pero insuficiente.

-¿No estamos asistiendo a la creación paradójica de un Dios materialista, que sería una especie de victoria de un materialismo que está a punto de rendirse, es decir, de reconocer su incapacidad para resolverlo todo?

-MYB: No, en absoluto. La conclusión de nuestro libro es que el materialismo es hoy una creencia irracional. Pero llegar a esta conclusión no es nada nuevo. Era ya la conclusión del libro de la Sabiduría en la Biblia (Sab 13,1-8), la de San Pablo (Rom 1,20) y la de Santo Tomás: «Dios, principio y fin de todas las cosas, puede ser conocido con certeza por la luz natural de la razón humana a partir de las cosas creadas» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 36).

»A partir de esta base, surgen otras preguntas importantes: ¿Quién es Dios? ¿Se ha revelado? ¿Cómo podemos vivir con Él? Demostrar que hay pruebas de la existencia de Dios no significa la muerte de las religiones: al contrario, las fortalece. Esto no implica una victoria del materialismo.

-La frase es un poco provocadora, pero ¿no creen que decir algo así como «Dios empezó fijando el valor de la interacción fuerte, o la carga del electrón, y después habló a Abraham, a Moisés, y luego envió a su Hijo a la tierra» parece estar utilizando dos lenguajes (realmente demasiado) distintos? ¿O creen que estos lenguajes coinciden, que están destinados a fusionarse?

-OB: La Biblia presenta a Dios como el «Artesano» (Sab 13,1) que ha elaborado todo «con medida, número y peso» (Sab 11,20), como el hacedor del universo, el ingeniero que lo diseñó. Por supuesto, no es sólo eso, pero no hay nada degradante en decir que también es eso: evidentemente se puede mirar la misma realidad desde distintos ángulos. La Biblia insiste en que el Dios que creó el universo es absolutamente el mismo que se reveló a Abraham, Isaac y Jacob.

Una reina sólida en una sociedad líquida. 

Reproducimos este artículo del Diario de Navarra por Pablo Pérez López, Catedrático de Historia Contemporánea:

Isabel II de Inglaterra ha sido un personaje doblemente real. Primero, porque ha sido regia, por oficio y desempeño. Segundo, porque ha conseguido mantenerse como realmente era, consistente, a pesar de vivir tiempos en que los personajes públicos han sido suplantados por su imagen a base de vivir para ella. Su coronación fue la primera televisada en la historia, pero ella no vivió para la televisión ni para los medios. Tuvo la suerte de poder permitírselo porque encarnaba una institución, la Corona, dotada de una estabilidad arraigada en la historia en un país amante de su historia y tradiciones.

Quizá por eso ha fascinado tanto a los medios, que le han prestado siempre atención, y también al mundo del audiovisual, que le ha dedicado obras memorables. Era tan real que había que recurrir a la ficción para tratar de entenderla. Y, con todo, ninguna de esas ficciones consiguió desviarla de su manera de ser y de entender su tarea.

Quizá por eso, por ser tan estable en tiempos de disolución, ha sido tan popular en ámbitos muy diversos. Por cierto, que la disolución política fue una de las tareas que hubo de abordar con frecuencia. Ha sido la reina de la liquidación del imperio británico, y ha sabido serlo con tal entereza que el reino ha permanecido vivo y estable a través de todo el proceso, al mismo tiempo que conseguía mantener una asociación de antiguas colonias, la Commonwealth, gracias a la intangible atracción ejercida por el estilo británico que ella en buena medida encarnaba. Su entereza ha tenido el mérito de transmitir un mensaje de estabilidad a un país que ha pasado de recelar de los referéndums a celebrar dos durante su reinado para aprobar cosas opuestas, como el ingreso y la salida de la Unión Europea.

Ha sido una mujer moderada en tiempo de excesos. Su considerable fortuna personal no fue nunca para ella ocasión de extravagancias ni de alardes, en un mundo en que los excesos de los ricos y famosos competían en estridencia. Si a su alrededor no han faltado escándalos, ella no ha sido ocasión de ninguno.

Ha sido también una figura eminentemente familiar en una era de creciente individualismo que pone a prueba las familias. La suya es, ciertamente, muy especial, pero no por eso menos humana. Y ha debido lidiar con dificultades no pequeñas para mantenerla estable y unida, cambiante y al mismo tiempo fiel a su misión. Es otro de los elementos que han contribuido a su popularidad al unir a su misión política el carácter de representación simbólica de las familias británicas. La difícil historia familiar de su sucesor, el hoy rey Carlos de Inglaterra, no augura un tiempo fácil para la continuidad de la institución precisamente por la diferencia entre su trayectoria y la de su madre.

Isabel II se ha mostrado también como alguien fiel en medio de la exaltación de la veleidad. Ese, quizá, ha sido uno de sus aciertos mayores. Esa lealtad a sí misma y a lo que representan los suyos, unida a su larga continuidad temporal, han conseguido hacer de su figura una institución que rebasaba las fronteras británicas y la convertían en símbolo de una época. Con frecuencia, de lo mejor de una época.

Ha sido también una reina con sentido trascendente en medio de una atmósfera de secularización y desencanto. Y lo ha sido con tal naturalidad que nadie ha querido o se ha atrevido impugnar su actitud y sus creencias. Hasta las burlas parecían engrandecerla, reflejando así uno de los atributos más característicos de la divinidad. Quizá por eso ha sido también resistente a los desaires y a las desgracias. Ha conseguido pasar por encima de ellas con señorío, algo mucho más deseable y grandioso que el empoderamiento.

Como todo ser humano, ha cometido errores y, como los mejores de los nuestros, ha sabido aprender de ellos. Eso la ha hecho extraordinariamente útil en su oficio político: la ha habilitado para convivir con primeros ministros y gobiernos muy distintos, en tiempos fáciles y menos fáciles, y ha sabido estar en su papel arbitral y simbólico, paciente y firme, prestando así un servicio que los políticos y los ciudadanos no han podido sino agradecer.

Se ha mostrado, también, consciente de sus limitaciones. Había cosas que no podía hacer, asuntos que no conseguía encauzar, y se ha plegado a la realidad de los hechos. Eso le confería un cierto aroma de humildad que la hacía atractiva.

Por todo eso, pienso que Isabel II de Inglaterra ha sido para su tiempo una figura de gran solidez, un punto de referencia, una roca. Que esto haya ocurrido en tiempos en que la sociedad perdía firmeza y se hacía cada vez más líquida, ha acentuado el contraste que la ha hecho destacar.

El alma en la era de las máquinas

Incluimos por su interés este artículo de JOSEMARÍA CARABANTE publicado en Aceprensa:

Foto de Ahmad Odeh en Unsplash

No es frecuente hoy en los ambientes académicos hablar del alma, a pesar de que es un término que permite integrar todos los estratos de la vida humana en una misma unidad psicofísica. Dos libros recientemente publicados ayudan a entender por qué se ha relegado y las consecuencias que ha tenido en la comprensión de la persona.

Para ver que la cuestión del alma rebasa lo religioso e incluso lo filosófico, bastaría con echar un vistazo rápido a los periódicos. Por ejemplo, hace unas semanas un titular informaba de que Google había despedido a un trabajador supuestamente después de hacer público que uno de los programas de inteligencia artificial de la compañía tenía conciencia. ¿Significa eso que las máquinas se aproximan a los humanos, que tienen alma?

Pero no solo eso: nuestra fascinación por la mente y su relación con la estructura cerebral constituye otro de los temas que suscitan mayor interés en la opinión pública. Pues bien: mente es la palabra empleada en lugar de alma. A ello podríamos añadir la curiosidad por el comportamiento animal, las emociones o la posible capacidad intelectual de otras especies. Finalmente, del significado que demos al alma puede depender la postura que se adopte frente a temas tan polémicos como el aborto o la eutanasia.

Y, a pesar de todo, como hace años afirmó la neuróloga italiana Laura Bossi en su Historia natural del alma, recién reeditada (Antonio Machado, 2022), en el tercer milenio, “el alma es la gran olvidada”. Quizá sea difícil encontrar un solo motivo que explique su relegación, pero también, a tenor del callejón sin salida en que se encuentran muchas investigaciones y la falta de respuestas a nuestras incógnitas, tendríamos que repensar si la obsesión naturalista, junto con la ofuscación por restringir el alma –el alma humana– a expresiones algorítmicas o a la mera capacidad de cálculo, son suficientes para explicar la naturaleza de la inteligencia y de la interioridad humana.

¿Una antigualla religiosa?

A exponer el desarrollo del que se deriva la concepción actual de la mente y la postergación del alma se dedica el psiquiatra norteamericano George Makari en Alma máquina (Sexto Piso, 2021), un grueso volumen, a medio camino entre el relato histórico y la crónica de las ideas, que con pasión conduce por los vericuetos del sensualismo, el dualismo cartesiano y el mecanicismo. Gracias a él podemos rastrear los prejuicios antirreligiosos que más o menos explícitamente suscitan la preferencia por lo intelectual y que, a la postre, han contribuido a devaluar el sentido espiritual que tradicionalmente poseía el alma.

Tal vez se desconozca que, como muchos otros términos, el de alma (psique) es un “invento” griego. Platón y Aristóteles, concretamente, dieron un giro a un vocablo que en la narrativa mitológica –como en Homero– hacía referencia a la sombra del muerto, aquello que abandona el cuerpo y vaga, pálido reflejo de lo vivo, por el Hades. Según el libro clásico de Bruno SnellEl descubrimiento del espíritu –reeditado ya hace más de una década por Acantilado–, de ahí arranca la identificación, elaborada un poco después en la cocina de la filosofía, de alma y vida.

“El alma –explica Bossi en su libro– es la vida, lo que distingue lo vivo, lo animado, del mundo inanimado”. Hay, como se sabe, un alma vegetativa, un alma sensitiva y un alma intelectual. El cristianismo ayuda a conservar esos significados, pero realzando su origen divino porque también, en la literatura bíblica, alma es aquello que designa por qué, precisamente, el hombre existe. Tal vez por esta razón, la ciencia moderna, tan inquieta por desligarse de lo que oliera a religión, se mostrara tan reacia a apropiarse del vocablo.

Unidad e inmanencia

Pero, exactamente, ¿qué es el alma? Hablando en términos filosóficos, se suele decir que es la forma del cuerpo. Equivale, pues, como se indicaba, a ese acto radical que supone vivir. Hay, pues, una íntima integración entre alma y cuerpo, hasta el punto de que ambos podrían sintetizarse en una expresión equivalente: la de cuerpo vivo. Al fin y al cabo, está vivo quien tiene capacidad de realizar operaciones desde sí mismo, para sí mismo y por sí mismo, como explica la antropología. Y de esas actividades, tan específicas, se encarga el alma.

En los debates actuales sobre la inteligencia artificial, sobre la posibilidad de replicar en robots rasgos humanos o sobre los desafíos transhumanistas, se presta poca atención a la conexión entre inteligencia y vida, y entre vida, inteligencia e inmanencia. A este respecto, hay un hecho decisivo, como pone de manifiesto Laura Bossi, y que revela hasta qué punto máquina y hombre son inconmensurables: una máquina podrá hacer cálculos, previsiones y superar al hombre en potencia intelectual. Pero no puede nacer. Ni morir.

Bossi, que es neuróloga, conecta en su libro el desprestigio del alma con la devaluación de la biología frente a otros saberes, como la cibernética. En su opinión, el principal problema es que la metáfora de la máquina tiene muchas limitaciones. Así, un aparato no es un organismo, de modo que la unidad entre sus partes es extrínseca. Tampoco tiene inmanencia, interioridad, ese sí mismo u hondura que apunta a la capacidad de que sus operaciones permanezcan en quien las realiza. El grado de inmanencia es distinto, según la escala de la vida, en efecto, y transita desde la posibilidad de alimentarse, en el caso de las plantas, hasta la de asimilar lo inmaterial, el conocimiento, como en el del animal racional.

Repárese en otro hecho: es el cuerpo vivo el que, hablando en propiedad, actúa, se realiza. En eso consiste vivir. Una máquina no puede realizarse y, siendo rigurosos, no puede ser buena o mala porque no es un yo.

Al relacionar el alma con la vida y diferenciar sus grados, se realza la rica complejidad de lo orgánico. Pese a los avances, la vida sigue siendo un misterio para la ciencia. De hecho, se ha llegado a crear vida en el laboratorio, pero nunca a partir de restos no biológicos. La frontera entre lo vivo y lo inorgánico no se ha traspasado. Si partimos de la conexión intrínseca entre inteligencia y vida, tal vez no consigamos replicar la inteligencia humana hasta que no seamos capaces de crear un organismo de la materia inerte.

Mente en lugar de alma

A tenor de la importancia que tiene la comprensión cabal del alma, es oportuno acompañar tanto a Bossi como a Makari por el recorrido que proponen para detectar, además de la causa de la constricción semántica del término, sus repercusiones. Ambos coinciden en señalar como culpable de la desviación a Descartes: es él quien, distinguiendo la sustancia pensante e intelectual de la extensión pasiva e inmóvil, propicia el cambio.

Descartes, explica Makari, “desechó el alma sensorial y vegetativa, y el alma que da vida, y dejó solo una: el alma que piensa”, la mente. Se opuso, en definitiva, a esa visión continuista y unitaria de la biología clásica, que estimaba la existencia de una escala u orden biológico y diferenciaba tres rangos jerárquicos.

Las consecuencias de este movimiento son importantes y variadas. Por ejemplo, al privar al mundo físico de su sentido espiritual, al “desanimarlo” –desacralizarlo–, la modernidad filosófica dejó expedito el camino para la explotación codiciosa de la naturaleza. Es sabido que, para todo cartesiano, un animal, que está privado de entendimiento, es un simple artificio, un mero autómata. Por decirlo con palabras de Bossi: “El alma del animal se mecaniza cada vez más, mientras que el alma pensante se diferencia cada vez más del alma como principio vital”.

Como Descartes echó por tierra la unidad de alma y cuerpo, desarraigando lo espiritual y demoliendo la idea de cuerpo vivo, se le planteó un problema que ni él ni quienes se subieron a su ola pudieron resolver. Se trata de un interrogante que sigue hoy dando quebraderos de cabeza a todo dualista. Bien: aceptemos que la mente y el cuerpo tienen esa polaridad parecida a la que impide que aceite y agua se mezcle. ¿Cómo, pues, puede accionar la voluntad los músculos? Descartes encontró una glándula minúscula como puerta de comunicación; otros pensaron que Dios era el que coordinaba ambos mundos o que existía una armonía prestablecida.

La sombra del cartesianismo es alargada y llega hasta nosotros –como ha explicado Charles Taylor– tanto para dar razón de nuestra forma de conocer, como para explicar la manera en que funciona la inteligencia. Incluso arranca en Descartes toda una corriente materialista que, estando de acuerdo en lo que supone la inteligencia, la explica como una propiedad que emerge del cerebro. La filosofía anglosajona, empirista, influyó también con su analogía que asemejaba la mente a una pizarra en blanco, donde se reflejan las sensaciones.

Inteligencia y “software”

Pero ¿son tan relevantes los términos? ¿No es igual hablar de “alma” que de “alma pensante”, “inteligencia” o “mente”? Esta última palabra tiene el inconveniente de que obvia la incardinación biológica de la inteligencia y, por tanto, posibilita la funcionalización de esta última. Además, convierte al ser humano en una máquina cuya identidad dependería de su posibilidad de cálculo. Qué duda cabe de que esa manera de concebir a la persona es sumamente deficiente, no solo porque olvida otros factores importantes, como las emociones, sino porque pasa por alto la unidad psicofísica.

El hecho de que la mayoría de las investigaciones sobre inteligencia artificial empleen la metáfora del ordenador es ya sumamente elocuente. Pero a medida que aumenta nuestro interés por los secretos de la mente humana, crecen también las incógnitas. No todo es tan sencillo como parece aventurar el ingeniero de Google. El cerebro es el sustrato material de la inteligencia, pero ¿cuál es su causa?

Cada vez tenemos máquinas más potentes, pero el futuro es insospechado porque la inteligencia humana es algo más que un conjunto de operaciones y su origen un arcano, del que parece dar mejor razón la teología que la plétora de ciencias cognitivas más recientes.

En un artículo para Spiked, Andrew Orloswky comenta que, aunque “la creencia en el poder transformador y las posibilidades que nos brinda la inteligencia artificial domina en los círculos más mediáticos”, en realidad su impacto ha sido menos espectacular de lo que esperábamos. Sí, ha sido sumamente importante para el desarrollo de las nuevas tecnologías, pero estamos lejos de determinar cómo demonios funciona la inteligencia humana. Y esa, al parecer, es la meta.

Desde este punto de vista, lo que nos inclina a aceptar de un modo acrítico los sueños transhumanistas es asumir la simpleza del dualismo mente/materia. ¿No sería todo mucho más fácil, se dice, si la relación entre el cuerpo y la inteligencia fuera como la que vincula el hardware al software? Si nuestra inteligencia es una mera función independiente del cuerpo, ¿por qué negar, como suponen muchos tecnófilos, la inmortalidad, esto es, la posibilidad de descargar nuestra mente en otro cuerpo, con la facilidad con que lo hacemos desde un disco duro externo?

El cuerpo, una cosa entre otras

La contraparte de la funcionalización de la inteligencia es la cosificación del cuerpo, que –según el pronóstico pesimista de Bossi– resulta imparable. “La biología y la medicina actuales han suscitado situaciones en las cuales la frontera entre persona y cosa se difumina, introduciendo contradicciones manifiestas en la legislación y en la jurisprudencia: otros seres animados, las partes del cuerpo humano o un cadáver humano tienen ahora un estatuto ambiguo”.

En el caso de los animales, el olvido del alma los sitúa ante la disyuntiva de ser tratados como cosas o como personas –según exige el animalismo–, pero impide reconocer su especificidad. La posibilidad de patentar secuencias genéticas, la donación (en muchos casos compraventa) de gametos o la maternidad subrogada son fenómenos en los que el cuerpo humano se transforma en un conjunto más o menos armonioso de piezas, como si fuera un objeto o marioneta propiedad de la mente inteligente que se encarga de manejar los hilos. Hay otros ejemplos menos espectaculares, pero que se sustentan en esa misma concepción, como la pornografía o la prostitución.

De llevar hasta el extremo esa lógica en la que subyace el dualismo –y que sirve, entre otras cosas, para argumentar en defensa del aborto– no hay mucha justificación para seguir prohibiendo la enajenación de determinadas partes del cuerpo. “No resulta de hecho concebible que se pueda negar lógicamente el estatuto de cosa a simples órganos, cuando la ley ha relegado al embrión a ‘fragmento de carne’, de cosa propiedad de la madre que puede suprimir sin cometer un crimen, e incluso ‘donar’”.

Sin embargo, hay que recordar que la integración del alma –en todos sus niveles– con el cuerpo es tan profunda que la persona, hablando con propiedad, no posee ni es dueña de su envoltura carnal. No tenemos cuerpo: somos nuestro cuerpo. Porque entre el cuerpo y el yo no existe esa distancia o posibilidad de separación que sí se da entre el ser humano y los objetos del entorno. Esta es la razón por la que se puede considerar que atenta a la dignidad de la persona –a su ser, a su entidad como cuerpo vivo– suponer que tiene “propiedad” sobre este último. No puede objetivarlo sin objetivarse (cosificarse) a sí misma.

Cuerpo y alma están integrados, unidos. El cómo es una incógnita

Razón y locura

El enigma del alma ayuda a revelar los límites del pensamiento científico y la urgencia por integrar el saber filosófico y humanístico en las investigaciones sobre la inteligencia y el cerebro. No cabe duda de que deja también abierta la puerta de la trascendencia.

La dificultad por hallar el secreto de nuestra racionalidad es tan evidente que hasta las corrientes de pensamiento de corte más empírico están convencidas de que hay un secreto impenetrable y de que, por ello, las piezas no encajan. Es algo que se colige fácilmente de la evolución de la psicología moderna y la constatación de que existen partes de la psique remisas a la racionalización.

En este sentido, Makari se sirve de las distintas formas de concebir la locura a lo largo de la edad moderna para evidenciar esas profundidades abisales que se esconden en las entrañas de la razón y que el dualismo racionalista tuvo necesariamente que pasar por alto, hasta que la psiquiatría se aventuró a conjurarlas.

Menos filosófico, el palpitante periplo al que invita Makari termina en el siglo XIX, exponiendo la insalvable pugna entre quienes se empeñan por mantener aislada la razón del cuerpo y quienes ansían la síntesis de ambos elementos. A juicio del psiquiatra norteamericano, seguimos viviendo en ese mundo dividido porque en el fondo, como seres humanos, somos una “entidad híbrida entre alma y máquina”.

El misterio que somos

Sin restarnos un ápice de misterio, la lectura más espiritual de Laura Bossi tiene la intención de imprimir mayor luminosidad a nuestra autocomprensión. La prevalencia de lo mental e intelectual, así como la profusión de las metáforas cibernéticas, dejan de lado aspectos del alma humana igual de determinantes para nuestra idiosincrasia.

De acuerdo con Bossi, ha sido el pensamiento cristiano, desarrollando las intuiciones filosóficas de los griegos en el campo más amplio de la teología, el que mejor ha penetrado en la unidad del cuerpo vivo, en lo que los especialistas llaman “unidad psicosomática”. En el dogma de la resurrección de los cuerpos resplandece, de hecho, la verdad de que no estamos condenados a vivir en el cuerpo y de que nuestra identidad arraiga en parte en nuestras vísceras.

Somos animales racionales, pero porque nos situamos en una escala de la vida en la que, como seres vivos, integramos funciones vegetales y sensoriales. Esta es la causa de que podamos entrever en el embrión un individuo nuevo e irrepetible –ya, pues, un cuerpo vivo– y en quien empieza a desfallecer la llama de la razón otra vida igual de sagrada e insustituible, algo imposible bajo una mirada dualista o suscribiendo una interpretación funcional de la persona. Las reflexiones que realiza Bossi sobre el final de la vida y la legalización del suicidio asistido evidencian que con el olvido del alma nos jugamos más de lo que a primera vista puede parecer.

Cuerpo y alma están integrados, unidos. El cómo es una incógnita. La pluralidad y riqueza de nuestra biología, la manera en que el chispazo de la inteligencia radica en la corporalidad, es lo que convierte nuestra especie en algo único, en ese misterio, en fin, que no somos capaces de descifrar.

Tiempo familiar: la causa que podría unir a progresistas y conservadores

Reproducimos este artículo de JUAN MESEGUER en aceprensa:

La mayoría de madres y padres quieren pasar más tiempo con sus hijos pequeños. Y al revés. Si esto es lo que quieren las familias y lo que produce mejores resultados sociales, ¿por qué no favorecerlo?

“La familia es fundamental, y nos hemos vuelto demasiado tímidos para hablar de lo importante que es para todos nosotros”. La observación de Rachel de Souza, al frente del Comisionado de la Infancia de Inglaterra, toca nervio y pone al país ante una pregunta crucial: ¿por qué si la familia es una realidad tan decisiva para tanta gente, recibe tan poca atención por parte de los políticos?

De Souza abordó esta cuestión a principios de septiembre, con motivo de la presentación de su informe independiente sobre el estado de la familia en el Reino Unido. Una de las conclusiones a la que llegó tras llevar a cabo dos encuestas nacionales y entrevistar en profundidad a familias de todo el país, es que el bienestar de padres e hijos crece cuando pasan tiempo juntos. “Los niños me dicen que la familia lo es todo. Los padres me dicen que la familia lo es todo. Así que, ahora, todos debemos dar a las familias la misma primacía y prioridad que ellas se otorgan”.

No juzgo, pero incentivo

De Souza, nombrada por el ya ex primer ministro tory Boris Johnson, evita el debate sobre los modelos familiares. De hecho, cae en cierta contradicción cuando resta importancia a la estructura que adoptan las familias y, a continuación, lamenta el mayor índice de pobreza infantil de los hogares monoparentales.

En cualquier caso, las estadísticas que maneja dejan claro que, en aquellos hogares donde los niños tienen la experiencia de una relación amorosa y estable entre sus padres, la familia tiene un “efecto protector” sobre sus miembros, que les “ampara frente a las adversidades de la vida”. Y también deja claro que el mayor bienestar que experimentan padres e hijos cuando pasan tiempo juntos acaba repercutiendo en el conjunto de la sociedad, sea porque inyecta felicidad, sentido y civismo, sea porque contribuye a prevenir problemas crónicos como la soledad, la ansiedad, la depresión o el fracaso escolar.

Por todo ello, De Souza ha anunciado que su oficina dará un nuevo impulso a la perspectiva de familia en todos los ministerios del gobierno, lo que les obligará a examinar cómo afectan sus políticas sociales al bienestar de las familias.

Su discurso recuerda al de otro ex primer ministro tory, David Cameron, uno de los primeros políticos en adoptar esa perspectiva de familia. También Cameron era ambiguo respecto de los modelos familiares: su primer gobierno, formado por conservadores y liberal-demócratas, promovió la legalización del matrimonio entre personas del mismo sexo y, a la vez, propuso como ideal social las relaciones duraderas al financiar varias modalidades de orientación familiar. A ningún político le gusta “ser acusado de juzgar” los estilos de vida de los demás, dijo en una ocasión. Pero eso no significa que el gobierno deba renunciar a “ayudar a permanecer unidos a quienes deciden vivir juntos”.

La corresponsabilidad en los cuidados será inalcanzable mientras la izquierda y la derecha no vean la familia como una prioridad

Una izquierda con voz propia

Las palabras de De Souza llevaron a Frank Young, director editorial del think tank Civitas, a plantear en la progresista revista New Statesman por qué la izquierda no está aprovechando el silencio de muchos conservadores sobre la familia para encontrar su voz en este tema. Y señala como prioridad el empeño por evitar las rupturas familiares, un asunto que a su juicio debería preocupar tanto a la izquierda como a la derecha.

Tiene sentido desde el punto de vista de la igualdad, valor estrella del socialismo: si el ideal es que hombres y mujeres se hagan corresponsables en el cuidado familiar y en las tareas del hogar, ¿no habría que empezar por incentivar la presencia de ambos bajo el mismo techo? O como dice él en respuesta a los críticos del matrimonio: “¿Por qué una pareja no iba a comprometerse a ayudarse mutuamente en el cuidado de los hijos?”.

El campo para ese discurso propio que pide Young a la izquierda es amplio. Empecemos por un asunto de fondo. La narrativa tradicional de la derecha respecto al tiempo familiar es que las familias conocen mejor que nadie cuáles son sus necesidades; de ahí que, sobre todo, pidan flexibilidad para organizarse según les convenga. Pero eso es verdad hasta cierto punto, pues a menudo esas decisiones aparecen condicionadas por las posibilidades económicas o laborales: eligen no tanto lo que quieren como lo que pueden.

Lo advirtió Paul Embery, bombero, sindicalista y partidario del “laborismo azul”, una corriente del Partido Laborista que subraya la importancia de los valores familiares. Para él, el apoyo a la familia no casa bien con la obsesión de la derecha con las políticas de austeridad, los bajos salarios o la falta de medidas contra la pobreza. Al mismo tiempo, reprocha a buena parte de los políticos de izquierdas que hayan dado la espalda al concepto de “familia tradicional”. Y les recuerda, con un dato del Center for Social Justice, que el 72% de los adultos británicos considera que las rupturas familiares son un problema serio para el país.

Decisiones personales y ayudas

Además, la flexibilidad resulta insuficiente cuando los patrones culturales de una sociedad –incluidos los que imperan en el mercado laboral– presionan para que sean las mujeres quienes asuman la mayor parte del cuidado familiar. Dos datos contundentes: en el último trimestre de 2020, concluido el confinamiento obligatorio, el 94% de las reducciones de jornada para el cuidado de hijos o mayores y el 89% de las excedencias para el cuidado de hijos fueron solicitadas por mujeres.

Datos como estos sugieren que es difícil avanzar en la corresponsabilidad sin el apoyo del Estado, a través de medidas como las subvenciones para las llamadas “aulas de madrugadores” y aulas de tarde fuera del horario lectivo, o los permisos remunerados, iguales e intransferibles. Sobre todo, en un mundo laboral donde sigue estando mal visto que un hombre se tome el permiso de paternidad completo, o que adapte su horario para recoger a los niños del colegio o atender un imprevisto… cuando puede hacerlo su mujer.

Al final, este tipo de sesgos exponen mejor que nada la necesidad de un cambio de mentalidad entre muchos hombres, que se traduzca en decisiones de solicitar las medidas de conciliación disponibles para meterse en casa a cuidar. Sin esas elecciones personales y sin facilidades por parte de las empresas y del Estado para conciliar, habrá que dar la razón a Octavio Salazar, catedrático de la Universidad de Córdoba y miembro de la Red Feminista de Derecho Constitucional, cuando dice que “estamos construyendo una sociedad de espaldas a las necesidades de la vida”.

The Sudarium of Oviedo

Por su interés científico, publicamos este texto tomado de Centro Español de Sindonología:

¡El libro que explica paso a paso las investigaciones realizadas sobre el Santo Sudario!

Tras más de una década de estudios sobre el Sudario de Oviedo, las más importantes conclusiones obtenidas por el Equipo de Investigación del Centro Español de Sindonología (EDICES),  ahora explicadas de forma didáctica y amena.

Una edición a cargo de Jorge Manuel Rodríguez, con más de doscientas fotografías inéditas de excepcional calidad y gran formato, a todo color.

Su contenido coincide con el material utilizado en la gran exposición que se inauguró en la girola de la Catedral de Oviedo con ocasión del Jubileo del año 2000